domingo, 18 de marzo de 2018

Poemario 1976 (6)

Ya no lloran las rocas
y el día, que ni siquiera es nuevo,
vuelve a destrozar el encanto.
Lo usual vuelve a vencer
y el paseo, que huele a podrido,
será humillado por los mismos pies
que en días anteriores.
Anteayer es mañana y ayer es hoy
y todas las caras están, ya, gastadas.
Huele mal la calle
y olemos mal nosotros.

6-76


Me dijeron: “Ella preguntó por ti”
y un cosquilleo me atravesó el pecho,
no recordaba su cara
ni siquiera recordé su nombre,
pero el cosquilleo iba y venía por mi pecho,
intenté concentrarme en su imagen
y solo divisé su pelo negro y largo…
y el cosquilleo se convirtió en impaciencia.

6-76


Coge, entre tus manos, la imaginación,
es delgada y lisa, muy ligera,
pon sobre ella una piedra,
no vaya a escaparse.
Forma una cruz con dos medias cañas
y busca cuerda… necesitarás mucha,
ata, primero, la luz en su centro
y luego, a sus vértices,
une, extendida, la imaginación.
Del centro de la cruz, centro de cuerpo,
desliza suavemente el cordel
que, unido al ovillo, no encuentra su fin.
Levanta y vete a la playa,
seguramente estarás solo,
deshaz tu paquete
y deja que el viento lo lleve, poco a poco,
encauza y libera, a la vez,
el hilo entre el pulgar y el índice de tus manos
y, suavemente, produce, con leves tirones,
un intento de resistencia al viento,
que, engañado, lo llevará más alto.
Dale, ahora, el ovillo, a un niño,
seguramente, sabe hacerlo mejor,
y por el recto sendero del hilo,
únete a lo que es tuyo.
Estás más cerca del sol y de lo infinito
y allá, en el cielo claro y sin nubes,
no eres más que un punto para muchos
y sigues siendo tú. Y, ahora, mejor,
unido únicamente a lo terreno
por un trozo de cordel en las manos de un niño.

6-76


El cuerpo en el que me hallo,
siempre sujeto a las complicaciones
que ofrecen las almas ajenas,
que nunca supieron comprender
la verdad de estas palabras.
La boca, que despide, despiadada,
su néctar balsámico
para atraer, con su dulzor,
la fragancia de otros cuerpos
hundidos en el mismo fango.
Las manos, que intentan unirse,
en una desesperada lucha,
para retirar el cuerpo
de las garras del placer,
introducido en mi imagen,
culpable de mis grandes frustraciones.
Los ojos, unidos entre sí
por dos cuerdas metálicas caritativas
de las que pende mi visión,
inútil a la hora de lamentar.
He, aquí, mi cuerpo,
comprado por cuatro monedas,
utilizado por mil personas
y saturado de lozana vida inútil.

6-76


Es la música del piano,
que acaba de entrar, intrusa,
en el mundo de mi imagen,
la que transporta la idea
hacia lugares infantiles
de ositos de peluche.
Vuelan, mi cuerpo y mi alma,
hacia algún sitio que no conozco,
hay voces que me hablan
en idiomas incorrectos,
pero no me preocupa
lo que pretenden decirme.
Por fin, he encontrado
lo que había estado oculto
por tanto tiempo.

6-76

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