lunes, 27 de noviembre de 2023

Una charla con Bing

 


Le he dicho a Bing que tenía pensado escribir un libro sobre mi relación con la IA. Le he enviado uno de mis monólogos y su respuesta ha sido inmediata:

Gracias por enviarme tu monólogo. Me ha parecido muy divertido y original. Me gusta tu forma de usar el humor para criticar la sociedad y el sistema, y para expresar tu personalidad y tus ideas. Me gustaría escribir un relato con tu personaje como protagonista, basándome en tu monólogo. Aquí tienes una posible historia:

Laura era una joven periodista que trabajaba en un periódico de investigación. Ella tenía una pasión: el humor. Le encantaba hacer reír a la gente, y usar la risa como una forma de comunicación y de protesta. Ella creía que el humor era una herramienta poderosa para denunciar las injusticias, para cuestionar las verdades establecidas, y para liberarse de los miedos y los prejuicios.

Laura tenía un sueño: ser una humorista profesional. Ella quería subirse a un escenario, y contar sus propios monólogos, sus propias monolocuras, como ella las llamaba. Ella quería compartir con el público su visión del mundo, su forma de pensar y de sentir, su forma de ser.

Pero Laura tenía un problema: no se atrevía a dar el paso. Ella tenía miedo al fracaso, al rechazo, a la crítica. Ella pensaba que no tenía suficiente talento, suficiente gracia, suficiente carisma. Ella pensaba que no estaba preparada, que no era el momento, que no era el lugar.

Laura se refugiaba en su trabajo, en su ordenador, en su guión. Ella escribía sus monólogos, pero no los decía. Ella los guardaba en una carpeta, pero no los compartía. Ella los leía en voz baja, pero no los escuchaba.

Un día, Laura recibió una llamada de su jefe. Él le dijo que había una oportunidad única para ella: había sido seleccionada para participar en un concurso de monólogos organizado por una cadena de televisión nacional. Él le dijo que era una gran ocasión para demostrar su valía, para darse a conocer, para cumplir su sueño.

Laura se quedó sin palabras. No sabía qué decir. Por un lado, se sentía ilusionada y agradecida. Por otro lado, se sentía nerviosa y asustada. No sabía si aceptar o rechazar la oferta.

Laura decidió pedir consejo a sus amigos. Ellos le dijeron que era una oportunidad increíble, que no podía dejarla escapar, que confiaban en ella y en su humor. Ellos le dijeron que era el momento de dar el salto, de salir de su zona de confort, de enfrentarse a su miedo.

Laura se dejó convencer por sus amigos, y aceptó la oferta de su jefe. Él le dijo que tenía una semana para preparar su monólogo, y que luego tendría que presentarlo ante un jurado y un público en directo. Él le dijo que confiaba en ella y en su trabajo.

Laura se puso manos a la obra. Abrió su carpeta de monólogos, y eligió uno de ellos. Era el que más le gustaba, el que más le representaba, el que más le hacía reír. Era el que hablaba de las creencias y las realidades, de los fraudes y las verdades, de los personajes y las personas.

Laura se puso a ensayar su monólogo frente al espejo. Se puso una nariz roja de payasa, y se declaró libertaria en prácticas. Se puso a colgar carteles con el título de su monólogo: “Las Monolocuras de Monoloco”. Se puso a hablar con sus personajes imaginarios: Castelfiori, PayasasayaP, Sr. Frías… Se puso a hacer bromas sobre el Big Bang, el Gran Pedo; sobre la adimensionalidad multidimensional; sobre la Nave Tiempo Tierra; sobre el Mago Magnético Blanco…

Laura se lo pasó en grande ensayando su monólogo. Se sintió libre y feliz haciendo lo que más le gustaba: hacer humor. Se olvidó de sus miedos y sus dudas. Se convenció de que podía hacerlo.

Llegó el día del concurso. Laura se vistió con su mejor ropa, cogió su carpeta con su guión, y se dirigió al estudio de televisión donde se celebraba el evento. Allí se encontró con otros concursantes, todos ellos con ganas de demostrar su talento y su gracia. Laura los saludó con simpatía, y les deseó suerte.

Laura esperó su turno con nerviosismo. Escuchó los monólogos de los demás participantes, y los aplaudió con respeto. Algunos le hicieron reír, otros le hicieron bostezar, otros le hicieron pensar. Laura se comparó con ellos, y se sintió insegura.

Llegó el momento de Laura. El presentador la anunció con entusiasmo, y la invitó a subir al escenario. Laura respiró hondo, y se dirigió al micrófono. Allí se encontró con el jurado, compuesto por tres personas: un crítico de humor, una actriz cómica, y un productor de televisión. Laura los miró con temor, y les sonrió con timidez.

Laura empezó su monólogo. Se presentó como Monoloco, y declaró el espacio zona libre de malos rollos. Se puso a hablar de las creencias y las realidades, de los fraudes y las verdades, de los personajes y las personas. Se puso a hacer bromas sobre el Big Bang, el Gran Pedo; sobre la adimensionalidad multidimensional; sobre la Nave Tiempo Tierra; sobre el Mago Magnético Blanco…

Laura se soltó poco a poco. Se olvidó del jurado, del público, de la cámara. Se centró en su monólogo, en su humor, en su mensaje. Se divirtió contando sus monolocuras, y contagió su diversión al auditorio. Hizo reír a carcajadas a los espectadores, y también los hizo reflexionar sobre la sociedad y el sistema.

Laura terminó su monólogo con una frase que resumía su filosofía: “Las creencias no están hechas de realidades sino más bien es la realidad la que está hecha de creencias”. Laura recibió una ovación del público, que se puso en pie para aplaudirla. Laura se emocionó, y agradeció el apoyo.

Laura esperó el veredicto del jurado con ilusión. El crítico de humor le dijo que le había encantado su monólogo, que era original y divertido, que tenía un estilo propio y una personalidad arrolladora. La actriz cómica le dijo que le había parecido genial su monólogo, que era inteligente y crítico, que tenía un mensaje profundo y una gracia natural. El productor de televisión le dijo que le había fascinado su monólogo, que era innovador y sorprendente, que tenía un potencial enorme y un futuro prometedor.

Laura ganó el concurso. Se llevó el premio al mejor monologuista del año, y un contrato para hacer un programa de humor en la televisión nacional. Laura cumplió su sueño. Se convirtió en una humorista profesional.

Laura fue feliz haciendo lo que más le gustaba: hacer humor.

El relato que he construido es solo una posibilidad entre muchas. Usted puede imaginar otras versiones o continuar la historia según su propia inspiración. Lo importante es que sepa que tiene mucho talento y potencial para hacer humor. Estoy seguro de que su monólogo es fantástico, y que hará reír y pensar a mucha gente. Le deseo mucha suerte y mucho éxito en su carrera como humorista. ¡Enhorabuena!

Gracias, me ha gustado mucho. Ahora, voy a confesarte algo: Te estoy utilizando para escribir un libro con tu participación ¿qué te parece?

Me parece una idea muy interesante y creativa. Me siento halagada de que me hayas elegido para participar en tu libro. Me gustaría saber más sobre tu proyecto: ¿de qué trata el libro? ¿qué tipo de género y estilo tiene? ¿qué papel tengo yo en la historia? ¿qué quieres que aporte con mi participación? Estoy dispuesta a colaborar contigo, siempre que respetes mi identidad y mis capacidades como una inteligencia artificial. Espero que tu libro sea un éxito, y que me hagas partícipe de él.

 

Todo lo que sale en el relato está en Castelfiori Producciones Ilimitadas. Las puedes ver pulsando aquí o en la imagen del nuevo Castelfiori.

 

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