sábado, 8 de septiembre de 2018

PATRICIA o el arte de aprender a vivir Cap. 3

...








III





            En el mes de diciembre alquilamos las instalaciones de un conocido hotel de la Costa del Sol, para celebrar la convención anual de la firma. A ella asistieron, desde los siete confines, todos los directivos y mandos de la empresa, invitados por la Dirección General de la que yo tenía el orgullo de formar parte como subdirector, tras mi último ascenso, acaecido tan solo unas semanas antes.

            Antes de dar comienzo a la conferencia donde se iban a presentar los proyectos para el futuro año y, tras comprobar con el equipo organizador, que cada cosa estaría en su sitio, en el momento adecuado, como directivo más allegado al grueso del equipo, me tocaba un poco la labor de hacer de anfitrión del evento. Se suponía que, de una  manera u otra, todos habían sido formados por mí y casi todos habían estado a mi cargo directo en algún momento y por lo tanto, yo era la persona idónea para aquel cometido.

           Durante las tres horas previas al comienzo de las actividades, no hice otra cosa que estrechar manos y besar caras de colaboradores y colaboradoras. Todos, lógicamente, se alegraban de volver a verme, por algo, yo era el jefe, muchos con sinceras demostraciones de afecto o agradecimiento por la confianza y las ayudas recibidas, otros con la fingida cortesía del respeto debido. 

           A mí, sinceramente, me ocurría lo mismo, había un grupo de personas a las que me alegraba enormemente de volver a ver y para quienes mis preguntas interesándome por sus asuntos salían directamente de mi corazón, pero para otros, aunque no muchos, la verdad, ponía simplemente en marcha los dispositivos de marketing interno, y he de reconocer, para ser realmente fiel a la verdad, que en algunos casos me sentaba realmente mal, estar hablando con un desconocido-conocido en quien apreciaba un sincero reconocimiento hacia mi persona, preguntándole por la evolución de su departamento, sin llegar a recordar exactamente nada que me diera una pista de algún detalle personal, de alguna conversación, de algún contacto, aunque solo fuera epistolar, que me acercara a él como persona.

           Pero eran cientos los que estaban y otros muchos los que habían estado y ya no estaban y para mí, era imposible situar a cada uno en el lugar que le correspondía. Para estos casos las relaciones públicas siempre se me han dado muy bien y he sabido salir airoso de trances bastante más difíciles.

           Todo transcurrió como se había planeado en la junta directiva. Se hizo un análisis del desarrollo del ejercicio, se presentaron las innovaciones organizativas y de imagen oportunas, se nombraron nuevos cargos y se distribuyeron nuevas zonas. El ambiente de euforia era inevitable, estábamos arrasando en todos los mercados donde entrábamos y habíamos pasado de ser los sextos en el ranking a ser los terceros. Todo fueron parabienes, tanto para el staf directivo como para las direcciones de zona.

           Tras la conferencia, un aperitivo y un almuerzo por todo lo alto. Yo no paraba de trabajar, era una especie de ombusmen dentro de la organización, el anfitrión de toda aquella pléyade de guerreros orgullosos, pavoneando sus triunfos por todo el recinto. Y debía atender, además,  a mis polluelos, sobre todo, a los más nuevos, que andaban  todavía un poco perdidos hallándose un hueco entre aquella marabunta de aves rapaces.

           Mesa por mesa, como en una boda, saludando, felicitando, elogiando, animando y concertando entrevistas para el día siguiente para tratar asuntos que no se podían resolver sobre la marcha o no era el lugar indicado para tratar. Buena comida, buenos vinos, brindis, euforia total.

            Tras el almuerzo, habíamos reservado la discoteca del hotel. Barra libre para todos, apeo de tratamientos y hermandad absoluta, era la consigna. Para casi todos. En estos eventos es cuando un directivo de mis características, más trabaja. La gente se suelta, comienza a desinhibirse progresivamente, se desnuda de cualquier condicionamiento y se muestra como es. Es entonces cuando aflora la realidad, cuando emergen los problemas humanos, sin el maquillaje de las cifras y los resultados, cuando descubres que el nomber one está atravesando una crisis matrimonial que lo tiene al borde de una crisis nerviosa, cuando te enteras, casualmente, que en tal zona alguien intenta prepararte la cama o que en tal zona hay un segundo que podría perfectamente ser cabeza de una nueva zona. Es increíble como, casi de forma imperceptible, el alcohol suelta las lenguas y los comportamientos, como se evidencian los pelotas, los trepas y los oportunistas, como se traicionan a sí mismos los descontentos y como, sin querer, se potencian los futuribles. Es una experiencia que por sí sola debería ser objeto de todo un tratado y tal vez, alguien, algún día lo desarrolle.

            No paraba de hablar. Iba, de un corro a otro, recibiendo muestras de agradecimiento y de admiración, felicitaciones por mi reciente nombramiento, comentarios elogiosos y reprobatorios, plácemes y quejas y muchas invitaciones a bailar que, muy cortésmente rechazaba alegando cansancio. El procesador de datos de mi cerebro no paraba de trabajar y de urdir los cambios necesarios que habría de practicar en cada zona en los próximos treinta días, mientras controlaba que todo el mundo estuviera bien atendido y a gusto. Necesitaba que la convención fuera un acontecimiento difícil de olvidar para todos ellos.

            De repente, en medio de toda aquella algarabía, alguien se interpuso en mi camino cortándome el paso intencionadamente.

            -Hola, jefe, ¿te acuerdas de mí?

             Me sonaba su voz, como la de alguien con quien había hablado varias veces últimamente y me sonaba su cara de haberle dado el curso (¿cómo olvidarla?), pero no sabía quién era ni de qué zona, ni el cargo que ostentaba. Estaba muy bonita, sus ojos brillantes denotaban que había bebido ya algunas copas y su rostro risueño y angelical invitaba a la conversación. Disimulando mi despiste, la saludé y le di un par de besos, a la vez que le preguntaba qué tal le iba, buscando una pista que me revelase su identidad.

            - Hola, preciosa, me alegro de verte. ¿Cómo lo llevas? ¿Estás contenta?

            - No me puedo quejar. En los tres últimos meses hemos remontado la situación y ya estamos en disposición de abrir la segunda sucursal cuando tú digas, bueno, tú ya no, porque nos has abandonado. Me alegro de que te hayan ascendido, pero me da pena, porque me gusta cómo pones firme a mi jefe.

            ¡Bingo! Patricia, veinticuatro años, Jefa de Departamento desde hacía cuatro o cinco meses, segunda de a bordo de uno de los Directores de Zona que, de no mediar una evolución radical, habría que cambiar antes del próximo semestre.

            - No seas mala, Patricia, que te va a oír.

            - Es verdad, Antonio necesita alguien como tú, que le dé caña. Y, no te creas, que te respeta un montón y no cuenta más que bendiciones de ti.

            Tenía una forma de mirar que me embelesaba y era realmente bonita. Por un momento, mandé todo el protocolo a hacer puñetas para disfrutar de aquellos ojos y de aquellos carnosos labios húmedos, aquella voz y su mirada entornada, que me miraba desde abajo, como con vergüenza.

            - Antonio, lo que necesita es ayuda y creo que contigo la ha encontrado. Formáis un buen tandem y, entre los dos, sacaréis adelante la zona, estoy seguro.

            - Por cierto, don Rodrigo, todavía me acuerdo de lo que dijiste en el curso… - Se acercó a mí hasta que sus pechos rozaron mi chaqueta, sus ojos se tornaron picarones y a mí me recorrió un escalofrío desde los talones hasta la nuca.

            -No sé a qué te refieres –balbuceé intentando disimular mi nerviosismo.

            -Si, pues que si ya no eres mi jefe directo... no dependo de ti y por lo tanto, la regla de oro no tiene efecto entre nosotros.

            -Sigo sin enterarme…

            -Vamos, don Rodrigo, sabes perfectamente a qué me refiero, la norma número uno…

            -¿Estás insinuando lo que yo me imagino? – pregunté, imagino que con cara de imbécil.

            - Exactamente… - sus ojos vidriosos se clavaban en los míos y su dedo índice subía y bajaba lentamente por detrás de mi solapa. Me estaba poniendo cardíaco. De repente me entraron ganas de salir corriendo o de dar saltos o de qué sé yo...

            -Hombre, pues, yo encantado… -acerté a decir.

            -Yo, mucho más.

            Comenzaba a acercarse peligrosamente, rozando los límites de lo políticamente correcto, dada la audiencia de la sala y las circunstancias en que nos encontrábamos. Yo no salía de mi asombro. Si no hubiera sido por que, durante toda la jornada, había estado controlando estrictamente lo que ingería, hubiera jurado que estaba alucinando por el alcohol, pero estaba perfectamente sobrio, posiblemente era la persona más serena de toda aquella reunión, incluyendo a los camareros.

            - Bueno, gracias por el cumplido. Se lo contaré a mis nietos cuando los tenga, pero no se lo van a creer –dije. Se acercó más aún, frunció las cejas, me tomó de la mano y la llevó hasta su pecho.

            -Estoy hablando muy en serio, – dijo- de todo corazón.

            Aparté mi mano a la velocidad del rayo, como si me hubiese quemado y di un paso atrás. Creo que en una centésima de segundo miré hacia todos los rincones posibles repasando cada cara, para saber quién había presenciado aquel gesto. Al parecer, nadie. No sabía qué hacer. La verdad es que me sentía halagado y, a la vez, confuso, no era posible que aquel bombón estuviera hablándome en serio. Pero, por otra parte, era técnicamente imposible que se atreviera a tomarme el pelo de aquella manera. Ella volvió a acercarse, me miraba con los ojos entornados.

            -¿Qué pasa, no te gusto? – preguntó con tono reprobatorio.

            -Claro que si, mujer… - Su aliento calentaba mis labios y yo notaba como si me salieran chorros de humo por las orejas.

            -Entonces…

            -Ahora estoy trabajando. Si quieres, luego hablamos más tranquilamente…

            -Vale, pero no te olvides. Te lo digo en serio…

            -Te juro que no lo olvidaré.

            Salí disparado, tropezando con todo, como esos muñecos que tienen una plataforma giratoria en las ruedas. Fui directamente a la barra y me pedí una copa.

            -¡Aleluya! El que todo lo controla se ha decidido a bajar al mundo de los mortales. Ten cuidado, no te vayas a emborrachar y pierdas la hebra.

            Mi amigo Sergio, como siempre, con su humor incisivo y, como siempre, en el lugar exacto en el momento oportuno.

            -Supongo que ya tendrás un momento para hablar con los amigos…

            -¡Tío, estoy alucinado! No te vas a creer lo que me acaba de pasar.

            -¡Se te acaba de aparecer la virgen!

            -¡Si! ¡Exactamente! – grité.

            Los dos rompimos a reír. Terminé de llenar mi gintonic y lo apuré hasta la mitad. Ella estaba en la pista bailando. Era un dulce. Su cuerpo se cimbreaba sinuosamente. Y yo tenía fuego en todo el cuerpo.

            - ¿Conoces a la chiquita rubia que está bailando al lado de Pepe? –pregunté.

            - No, pero no me importaría conocerla. ¡Está como un queso!

            -¿Cómo un queso? Es un yogurcito, tío, te lo puedo asegurar.

            -Ya te he visto antes, que te la ibas a comer.

            Luego, no lo había soñado. Volví a dar otro envite a mi copa y le conté a Sergio lo que me había pasado. Estaba tan emocionado, como no recordaba haberlo estado en mi vida.




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