Había una
vez, en un reino muy lejano, una preciosa princesa, increíblemente hermosa,
famosa en todo el reino por su belleza.
Una noche,
en la que se hallaba en los jardines de palacio disfrutando de uno de los
suntuosos bailes que organizaba el rey para que pudiera elegir entre los
apuestos galanes de todo el mundo, que la pretendían por su belleza, apareció
de la oscuridad un monstruoso dragón, que escupía llamas infernales por sus
narices. Todos los presentes salieron espantados, huyendo de la fiera, pero el
dragón solo tenía un objetivo, venía a por la princesa, voló hacia ella la
prendió con sus garras y se la llevó.
Al verla
volar, prisionera del dragón, la reina, desesperada, le gritó: ¡No temas, bella
princesa, pronto aparecerá un apuesto príncipe azul, montado en su poderoso
corcel, él matará a ese monstruoso demonio, te salvará y se casará contigo!
¡Ten fe!
Prisionera
de las garras del dragón, la hermosa princesa parecía no estar muy asustada…
las palabras de su madre no paraban de retumbar en su mente. El dragón voló y
voló hasta un lugar muy lejano, es decir, por aquí cerca tuvo que ser, porque,
si ella vivía en un reino muy lejano y el dragón se la llevó volando a un lugar
muy lejano… la tierra es redonda ¿no?...
Cuando el
dragón aterrizó y la depositó en el suelo, la princesa empezó a gritar como
loca: ¡Un príncipe azul, no! ¡Un príncipe azul, no! ¡Los príncipes azules
destiñen todos! ¡A mí no me salva nadie! ¡Nadie!
El dragón no
entendía nada, intentaba tranquilizarla, pero la ponía aún más rabiosa.
¿Tú eres
idiota o qué? ¿Vas a dejar que te maten por mi?, le gritaba la bella princesa
al dragón, ¡Anda, lárgate de aquí, si no quieres perder la vida! ¡Que, antes de
dejar que un príncipe azul te mate para salvarme, te mato yo misma, fantoche!
¡Que no quiero casarme, ni contigo ni con ningún príncipe azul ni rojo ni
amarillo! ¡Vete… vete…!
El dragón se
quedó bloqueado, le salía humo por las orejas y empezó a notar que se estaba
quemando por dentro… miró a la bella princesa, que lo miraba desafiante le
gritó, medio asfixiado: ¡Brrrrruuuuuuuuujaaaaaaaaa! y salió volando.
Y así fue,
como la bella princesa se salvó sola a sí misma. Ni príncipes ni corceles ni
na…
Y esto que
acabáis de oír, no es un cuento, es la verdad. Me lo ha contado ella misma, la
bella princesa, sí, que vive aquí, al lado, en El Raval y bueno, ya no es
princesa, aunque sigue siendo guapísima, eh, pero, después del episodio del
dragón y los ánimos que le dio la reina, se ha hecho punki y anarquista y vive
tope feliz, donde quiere, como quiere y con quien quiere.
Es mi amiga. Guapa,
inteligente, divertida, sensible y consecuente. Otro día os la presento.
Y yatá.
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