Estamos en Navidad, los grandes
almacenes rebosan gente por todas partes. En las calles, una danza
multitudinaria de paquetes de colores desfila por delante de la enorme fachada
bombardeada de bombillas multicolores. En el último piso, junto a la terraza, Papá
Noel departe con los niños que, prolijamente, hacen cola para entregarle sus
cartas llenas de ilusiones.
En el interior del coloso comercial los
padres, mientras, se distribuye por entre mostradores y estanterías, tratando
de encontrar el regalo o regalos idóneos para sus inocentes seres queridos. Los
hay para todos los gustos: unos salen con pequeños carritos, la última novedad
en juguetería, con tracción en las cuatro ruedas, volquete hidráulico y una
fuerza superior a los siete caballos y medio, otros, escopetas de rayos
lumínicos, capaces de cegar a cualquiera, con su fogonazo de luz, a una
distancia de veinte metros, etc.
Un niño llega a ver a Papá Noel y,
lejos de pedirle ningún juguete, le dice:
- No estaría yo tan tranquilo, aquí,
sentado…
- ¿Por qué, hijo? – responde Papá
Noel.
- Debe ser duro para usted estar
aquí, haciendo el fantoche, con esa barba y esa barriga postizas, mientras su
mujer se acuesta con el primero que llega a venderle lotería.
La perplejidad recorre la espina
dorsal de Papá Noel, en forma de estremecimiento. ¿Cómo es posible que una
cándida criatura, que apenas contará la edad de siete años, tenga la cabeza
llena de perversiones de ese tipo?
- Mira, hijito, -replica Papá Noel,
con el tono más normal que puede articular- esas cosas no se dicen, ni se
piensan, son marranadas. ¿Quién te ha enseñado esas porquerías? Si te portas de
esta manera, no recibirás regalos el día de Navidad.
- Como quieras –contesta el niño, con
un brillo especial en las pupilas de sus cándidos ojos- pero tu mujer, Claudia,
se acuesta con el primero que llega, mientras tú estás aquí, haciendo
pamplinadas con los niños.
El ajetreo va en aumento, a medida
que se va acercando la noche. Una verdadera alfombra humana cubre las aceras de
los grandes almacenes. De pronto, un grito desgarrado rompe la alegría: un niño,
de unos siete años, acaba de caer desde la azotea.
Todo el mundo levanta la
vista hacia lo alto, Papá Noel sostiene otra criatura por encima de su cabeza y
se dispone a lanzarla al vacío. Lo hace.
Un hombre, que sale en esos momentos,
por la puerta principal, con una escopeta de caza enfundada al… ……………..* grita:
-¡Ese hombre está loco! ¡Pobre
criatura!
Saca la escopeta y dispara.
El niño muere.
*Los puntos pertenecen a una parte de
la historia que falta. Esto está sacado de un manuscrito en el reverso de un de
cartón de tabaco Fortuna, un trozo del cartón (cartón es como se llama el
envoltorio de cartulina de diez paquetes), alrededor del año 2.000. Sé que lo he
escrito yo, porque es mi letra, pero ignoro el estado en que me encontraba (en
esa época, tenía un pub y ya se sabe, se bebe…), porque no me cuadra el final
para nada. Sin embargo, está ahí y no puede pertenecer a otra historia, porque,
realmente, parece que solo faltan dos palabras… a no ser que…
¡Creo que lo tengo! ¡Escribiré otra micro historia: “Coca-Cola y Aspirina” y ésta será de hoy.
¡Creo que lo tengo! ¡Escribiré otra micro historia: “Coca-Cola y Aspirina” y ésta será de hoy.
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