lunes, 26 de marzo de 2018

PAPÁ NOÉS




Estamos en Navidad, los grandes almacenes rebosan gente por todas partes. En las calles, una danza multitudinaria de paquetes de colores desfila por delante de la enorme fachada bombardeada de bombillas multicolores. En el último piso, junto a la terraza, Papá Noel departe con los niños que, prolijamente, hacen cola para entregarle sus cartas llenas de ilusiones.

En el interior del coloso comercial los padres, mientras, se distribuye por entre mostradores y estanterías, tratando de encontrar el regalo o regalos idóneos para sus inocentes seres queridos. Los hay para todos los gustos: unos salen con pequeños carritos, la última novedad en juguetería, con tracción en las cuatro ruedas, volquete hidráulico y una fuerza superior a los siete caballos y medio, otros, escopetas de rayos lumínicos, capaces de cegar a cualquiera, con su fogonazo de luz, a una distancia de veinte metros, etc.

Un niño llega a ver a Papá Noel y, lejos de pedirle ningún juguete, le dice:

- No estaría yo tan tranquilo, aquí, sentado…

- ¿Por qué, hijo? – responde Papá Noel.

- Debe ser duro para usted estar aquí, haciendo el fantoche, con esa barba y esa barriga postizas, mientras su mujer se acuesta con el primero que llega a venderle lotería.

La perplejidad recorre la espina dorsal de Papá Noel, en forma de estremecimiento. ¿Cómo es posible que una cándida criatura, que apenas contará la edad de siete años, tenga la cabeza llena de perversiones de ese tipo?

- Mira, hijito, -replica Papá Noel, con el tono más normal que puede articular- esas cosas no se dicen, ni se piensan, son marranadas. ¿Quién te ha enseñado esas porquerías? Si te portas de esta manera, no recibirás regalos el día de Navidad.

- Como quieras –contesta el niño, con un brillo especial en las pupilas de sus cándidos ojos- pero tu mujer, Claudia, se acuesta con el primero que llega, mientras tú estás aquí, haciendo pamplinadas con los niños.

El ajetreo va en aumento, a medida que se va acercando la noche. Una verdadera alfombra humana cubre las aceras de los grandes almacenes. De pronto, un grito desgarrado rompe la alegría: un niño, de unos siete años, acaba de caer desde la azotea.

Todo el mundo levanta la vista hacia lo alto, Papá Noel sostiene otra criatura por encima de su cabeza y se dispone a lanzarla al vacío. Lo hace.

Un hombre, que sale en esos momentos, por la puerta principal, con una escopeta de caza enfundada al… ……………..* grita:

-¡Ese hombre está loco! ¡Pobre criatura!

Saca la escopeta y dispara.

El niño muere.


*Los puntos pertenecen a una parte de la historia que falta. Esto está sacado de un manuscrito en el reverso de un de cartón de tabaco Fortuna, un trozo del cartón (cartón es como se llama el envoltorio de cartulina de diez paquetes), alrededor del año 2.000. Sé que lo he escrito yo, porque es mi letra, pero ignoro el estado en que me encontraba (en esa época, tenía un pub y ya se sabe, se bebe…), porque no me cuadra el final para nada. Sin embargo, está ahí y no puede pertenecer a otra historia, porque, realmente, parece que solo faltan dos palabras… a no ser que… 

¡Creo que lo tengo! ¡Escribiré otra micro historia: “Coca-Cola y Aspirina” y ésta será de hoy.

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