viernes, 9 de marzo de 2018

Poemario 1976 (3)

Hubo un tiempo, en que,
para dar a luz
una idea pura, no influida,
que surgiera de mi mente
sin ayuda del consejo,
mi voluntad debía utilizar, a fondo,
la enorme potencia de sus forcejeos.
Hubo otro tiempo, en que,
al despertar de mi cómoda impotencia
y descubrir las maravillas,
que ofrecía una mente individualizada,
tuve miedo de estar soñando
en un país sin sentido.
Hay otro tiempo, actual,
en que estoy completamente despierto
y puedo gozar, plenamente,
de mi inteligencia. Y vivo…
Pero, el día que me vea perseguido
por la menopausia de la mente
y amenazado por la impotencia del yo,
me arrancaré la vida.

3-76


Mis ojos están separados
por algunos centímetros de distancia,
pero la longitud de mi visión
alcanza más allá del infinito.
Si cierro los ojos, sigo viendo,
porque mi campo no se cierra en los objetos.
Si alguien depende de mí,
detesto su miedosa dependencia,
promovida por temor a la crudeza,
me siento superior…
Pero, superior a mí, no a vosotros,
que no ocupáis un lugar en mis aspiraciones
y para que os dierais cuenta,
me arrancaría los ojos,
si mi vanidad no me aconsejara
que no necesito demostrar
nada, a nadie.

3-76


No intentéis hacerme discutir,
posiblemente, esas cosas
que os traen de cabeza,
para mí, no signifiquen nada.
Mi ojo ve distinto que los vuestros
porque el entendimiento
interpreta los sucesos
de una manera personal
y, aunque pensáramos las mismas cosas,
estaríamos discutiendo toda la vida.
3-76


Solo, en la semioscuridad,
alumbrado únicamente
por el frágil resquicio de luz
de un fluorescente,
que se niega a perder
su poder sobre los objetos,
el cuerpo abandonado, inerte
sobre el colchón,
esclavo de la comodidad,
la mente volando infatigable
por lugares y situaciones
lejanos e indescriptibles,
musicadas las ideas
por el latir del reloj
y el susurrar del agua, que corre
por sendas trazadas en tubos de plomo,
acompañado por hombres ya muertos,
que escupieron sus razones
sobre pliegos de papel
por justificar unas ideas,
perdiendo la majestuosidad
de un cuerpo iluminado,
para dar paso a la microscopía
de unos latidos monótonos,
sintiendo la impotente fatiga del hombre,
permaneciendo horas enteras
encerrado bajo un techo
y separado de lo que otros llaman vida,
por frágiles muros materiales,
recordando momentos ya vividos,
personas olvidadas realmente,
situaciones agradables y felices,
que no volverán a repetirse,
si no es en el recuerdo,
demostrando, una vez más,
la eterna teoría:
la felicidad no es perceptible
hasta que se aleja,
odiando el masoquismo del recuerdo…
descanse en paz de la vida
que percibió sin querer.

3-76

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