Poemario 1976 (4)

Necesito deshacerme de sus palabras,
que adheridas a mi cerebro,
condicionan sus movimientos,
tapando la naturaleza primitiva
de su ancestral hermosura.
Necesito deshacer la nebulosa
que abigarra mis entornos
con frases milimetradas
y vomitar todo el asco
que almacena el inconsciente
para poder caminar tranquilo
por el gran espacio comprendido
entre mis ojos y mi mente.
Necesito creerme superior
para destrozar con mis ideas
la denigrante indolencia,
que colma la vida
de las gentes que me rodean.

3-76

Era de noche y parecía serlo,
paseaba con la mente en otros mundos,
silbando, pensando y cantando a la vez,
pisaba, paso tras paso,
unos monótonos segundos de vida,
idénticos unos a otros,
sintiendo la soledad de la masa,
la de millones de individuos juntos
y solos sin remedio
y golpeé, sin querer, la idea dormida:
la liberación de lo hoy tangible,
la supresión de lo hoy atenazante,
la aventura de lo posible,
la esperanza de lo inexistente…
y fue el miedo a lo posible,
quien me devolvió a la oscuridad
y un tren, cargado de soledades,
llegó sin novedad.

3-76

Pequeñas gotas de llanto que saltan,
liberadas de cualquier vergüenza,
un simbólico pañuelo blanco
que se agita tristemente en el pensamiento,
la sombra de unas buenas razones
que se aleja, irremediablemente,
unos labios que, en revelación de autonomía,
aprisionan la posibilidad de una súplica,
la sensación de profunda agonía
de la flor, al sentirse marchitar…
Lágrimas, posesión del recuerdo
de momentos vividos e irretornables,
envueltas cálidamente por el pañuelo
de la imagen, idealizada tanto tiempo,
que sombreada por la tristeza,
desaparece con melancólica añoranza,
en presencia de los inconformistas labios
que se niegan a perder un solo pétalo
de la delicada flor de la vida.

3-76

Mi mente confecciona palabras
que, tras pertenecerme únicamente,
pasan a ser posesión del aire
que las arrastra hasta su destino.

Existe, en algún sitio, una persona
a quien van dirigidas mis palabras
y podrá extractar la sustancia de la idea
con el alambique de su entendimiento.

Pero, antes de llegar la idea a su destino,
atraviesa el obstaculizante oído irracional
que impurifica su contenido,
mutilando mi mensaje.

Inventad, pues, lo que deseéis escuchar
y habréis obtenido lo que intentaba deciros.

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