Sobre las diez de la mañana, poco
más o menos, vino a verme Jarry. En el tocadiscos sonaba un rock and roll de
los sesenta. Entró y se desparramó directamente sobre los cojines.
- ¡Vengo hasta los cojones, tío! – descargó -
Resulta que subo en el autobús, que estaba medio vacío, y cuando voy a bajar,
hay una vieja delante de la puerta, - hablaba como si le hubieran dado cuerda -
entonces, le toco en el hombro, así, con dos dedos, y le pregunto que si iba a
bajar y la tía, se da la vuelta y empieza a dar gritos, ¡que no le metiera
mano!, ¿te imaginas? – estaba cabreado de verdad - ¡La muy puta! Me ha montado
un número de la hostia. Menos mal, que una tía, que también iba a bajar, le ha
dicho a la vieja que no se enrollase, que yo no le había hecho nada. ¡Qué mal
rollo, tío! Le hubiera pegado una patada en la boca. ¡La muy hija de puta!
Como vi que se estaba poniendo
histérico, abrí un par de cervezas y me senté a su lado para liar un canuto.
Jarry seguía moviendo la cabeza y haciendo muecas con la boca.
- Venga, tío, déjalo ya, – le animé -
ya ha pasado, no vas a amargarte el día por una chorrada.
- Es que no lo puedo remediar. Esto
no hay quien lo aguante. Es absurdo que ya no se pueda ir por la calle sin que
la primera vieja cerda que te encuentres te monte un número. Esto va a acabar
muy mal, tío, en serio.
Nos bebimos un largo trago, como
preparándonos para una conversación extensa.
- Yo creo que lo mejor es pasar de
todas esas malas historias. Si te estrujas el cerebro, pensando en ellas, es
mucho peor. Ten…
Le enchufé el canuto en la boca y se
lo encendí. La punta se puso al rojo vivo.
- Vamos a hablar de otra cosa – dije.
- Esto está mucho mejor, - me dijo,
después de soltar una gran bocanada de humo, con unos ojos, que ya parecían dos
amapolas.
Se levantó y quitó el disco que
estaba sonando, lo guardó y pinchó el Sleep Dirt de Frank Zappa, al tiempo que
me preguntaba que qué estaba haciendo.
- He acabado un cuento nuevo – le
dije.
- ¿Ah, sí, y de qué va?
- Es una historia de amor. Un tío
que se enamora de una tía, pero ella no le quiere…
- ¡Tío, eso es una vulgar y
corriente historia de fotonovela, no me decepciones! – me reprochó con cara de
asombro.
- Ya ves, de vez en cuando, me gusta
escribir paridas – contesté.
- Bueno – farfulló con resignación -
a ver, ¿de qué va?
- Pasa de oírla, tío, no te va a
gustar – le dije, casi con mala leche.
Y es que, la verdad, a mi me gustaba
el cuento. Lo encontraba bonito de verdad, como esas novelas rosa, que te
encuentras a veces y te hacen llorar. Y que después haces desaparecer, porque
te da vergüenza haberte enternecido con eso.
- Venga, hombre, no te mosquees – me
dijo, disculpándose -, Seguro que no es una vulgar historia de fotonovela. Con
una mierda se puede hacer una estatuilla cojonuda, si el que la modela se
enrolla bien. – me convenció.
- Sabes hablar, colega, eres el
mejor pelota del universo.
- No te enrolles y escupe.
Le pegué una calada gigante al
porro, el humo me calentó los pulmones. Se lo volví a pasar, aguantando la
respiración. Después de soltar el humo lentamente, entorné los ojos y respiré
hondo.
-Bueno, – comencé - la historia es
de un tío, que un día, en un festival de disfraces, se hace amigo de un hippie.
El hippie y él se llevaron de puta madre durante todo el tiempo del festival,
que duró unos tres meses.
- ¡Joder, que festival!
- Si, es en un pueblo de las afueras
y lo organiza el Estado. Sólo para jóvenes y todo gratis.
- ¡Cómo mola! Dime dónde está esa ciudad.
–bromeó-
- Como digo, se llevaron muy bien todo ese
tiempo, así que, cuando volvieron a la ciudad, siguieron viéndose. El hippie
vivía en una onda muy especial y esa marcha le atraía a nuestro amigo. Así, que
se vio de pronto metido de lleno en aquel ambiente. Generalmente se reunían
todas las tardes en algún parque. Hay también dos tías. Una es la compañera del
hippie y la otra, una amiga. El tío, que aún no se como se llamará…
- Llámale X.
- Vale. X se enamora de la amiga desde
el primer momento.
- Un flechazo.
- Exacto, un flechazo – Jarry
parecía estar empezando a interesarse.
- No me digas más, – dijo como
soñando burlón -. La tía es rubia con una melena larga y sedosa que le llega
hasta la cintura y es dulce y muy guapa. Y…
-¡Qué va! – le atajé - Es una tía normal,
bastante normal. El mismo X no se explica cómo ha podido enamorarse de esa
manera, pero está completamente embobado con ella.
- ¡Vaya! – parecía asombrado.
- Va pasando el tiempo – continué - y X está cada
vez más obsesionado por la tía. Cuando se encuentran todos en el parque, se
sienta a su lado y empieza a hablar de cualquier cosa, para romper el hielo,
porque la tía no es muy comunicativa, y poco a poco, lleva la conversación a
los temas que a él le interesan, para conocer más a la chica, pero a pesar de
que lo hace, casi con maestría, siempre le llega el momento en que choca con
una fortaleza gélida que se monta la tía para proteger su intimidad. El tío
está desesperado porque no consigue sacar nada en concreto. Entonces, decide
lanzarse, a ver que pasa y, una tarde, mientras se toman una copa en un bar, se
lo cuenta. La tía se queda sorprendida porque no se lo esperaba. En realidad
nunca se le hubiera pasado por la cabeza que un tío como X le pudiera plantear
aquella situación.
- ¿Cómo es X? – Jarry parecía que empezaba a
tomarse interés por la historia. Se levantó y fue a por su segunda cerveza –
toma.
- Gracias. Verás, es un buen tío. Feote,
noble, tímido, ya sabes, el típico buenazo con un corazón muy grande, que
resultaría atractivo, si no fuera porque tiene una cara que parece un culo y, a
veces, para más inri, sin darse cuenta, se pone de un paliza inaguantable.
Pero, se le soporta porque es un tío sano y no se entera de lo pesado que puede
llegar a resultar. La gente le quiere…
- O sea, que lo lleva claro con la tía.
Macho, tu eres un sádico. Podías ponerle también que le sudan los sobacos, le
cantan los pies y la boca le huele a
culo.
- ¡Coño, qué le vamos a hacer, la vida es así
de dura. El mundo está lleno de gente sin ángel. Pero, déjame que siga. Ella
trata de eludir el tema y de cambiar la conversación, pero a X le ha costado un
huevo dar el paso y no se resigna a dejarlo. Así que la tía se ve obligada a
contarle un rollo, para no hacerle daño. Le dice que no puede ser, que él no la
conoce bien, que si la conociera, no pensaría lo mismo y todo eso. X se traga
toda la bola y, lo que es su propio problema, lo interpreta como un problema de
ella. Piensa que lo que ocurre es que ella tiene una mala opinión de si misma,
algo así como un complejo de inferioridad, ¿entiendes?
- O sea, que el muy capullo se piensa que la
tía está loquita por él, pero que por algún trauma, no quiere enrollarse –
Jarry se había metido de lleno en la historia y me hablaba con mucho interés.
- ¡Exacto! Y entonces, empieza a estudiarla
con más intensidad porque está convencido de poder quitarle cualquier mala
historia que tenga en la cabeza. Pero, una y otra vez, se va pegando contra la
muralla autodefensiva y no logra sacar nada en concreto.
- Dame un cigarro. - Jarry estaba calentando
el chocolate para liarse otro porro. Era como un ritual verlo allí sentado
liando, todo un ceremonial, calcado de una vez a otra: con la punta de la
lengua humedecía el cigarrillo a lo largo y luego le extraía una tirita de
papel, volcaba el tabaco sobre la palma de su mano y con tres dedos de la otra
hacía la mezcla dando pequeños pellizcos, luego tapando la mezcla con el papel,
le daba la vuelta sobre la otra mano… mientras, prosigue - Pero, si la tía se
encierra tanto en su defensa, será que a lo mejor tiene alguna historia rara en
verdad…
- Y la tiene, pero X no es capaz de hacerle
hablar, aunque, como nada es absolutamente imposible, alguna que otra vez le
consigue sacar algo, pero no lo suficiente, como para tener la certeza de qué
es lo que la preocupa. Tan solo descubre algo seguro: ella nunca ha tenido
cariño de nadie. Entonces, se propone reparar esa necesidad, haciendo lo que
realmente está deseando desde el principio y empieza a caerle con tonterías.
Mi amigo me acercó su regalito. Lo encendí y
me quedé colgado. En realidad, aún estaba colocado del anterior y de los
anteriores… la mente se me iba y no podía controlarla: Gatos con tres cabezas…
¿tres cabezas? Tres cabezas, gatos y leones con tres cabezas. De pronto, la voz
de Jarry me hizo reaccionar.
- ¡Eh, tío, que te has quedado
colgado! ¡Baja, hombre, que te estoy hablando!
- ¡Uf, estoy muy colocado…! – dije
con la lengua acartonada y el paladar reseco - Creo que me voy a tomar otra
cerveza fresquita.
- Buena idea.- asintió Jarry.
Nos levantamos y fuimos hasta la
cocina. Cogimos un par de cervezas heladas y nos sentamos sobre el mármol del
fogón. Jarry seguía dándole vueltas a lo de X y la chica.
- Ese tío de la historia se ha
metido en un mal rollo. Aunque, la peor parte se la lleva la chica. ¿Te
imaginas, lo jodido que tiene que ser aguantar a un palizas que, además, está
enamorado?. Joder, es un mal rollo para la pobre chica.
Parecía estar muy afectado por la
suerte de la protagonista de mi cuento.
- Al final, ella lo manda a la
mierda ¿no? – preguntó esperanzado.
- No. Resulta que, como el tío no es
mala persona, la chica se encariña de él y, para no hacerle daño, cada vez que
es acosada, intenta salirse con evasivas. Y él lo interpreta como que ella
quiere, pero no puede y que, en el fondo, está realmente enamorada de él.
- ¡Coño, menudo lío! Una situación
así no puede aguantar mucho. Es imposible vivir de esa manera. – Jarry soplaba
y resoplaba, afectado, no solo por la historia, él también había fumado lo
suyo.- Entonces, la tía se enrolla con otro y X se queda tirado ¿no?
-Te equivocas otra vez. Ella es una
especie de loba solitaria. Pasa mucho tiempo apartada de los demás e, incluso
cuando está en el grupo, permanece callada, observando. En cuanto a enrollarse
con algún tío, es algo que nunca se puede relacionar con ella, ya que resulta
inaccesible por su forma de ser.
Jarry
parecía llegar al colmo del asombro.
- ¡Joder, esto es todo un drama! ¿Qué
es lo que pasa entonces?
- Lo que pasa, es que, como tú bien
has dicho, una situación así no se puede aguantar por mucho tiempo. Y nace otro
tipo de relación, más extraño, si cabe, alimentado por la obstinación de X por
no ver la realidad. Él se convierte en su sombra y la colma de atenciones. Algo
así, como un novio místico, de esos, que aguantan un largo noviazgo de
abstinencia amorosa, esperando que llegue el día en que su amada se decida a
consentir. Y la chica aguanta con resignación aquel mal rollo, que llega a
asquearle algunas veces, por no decirle claramente a X que se vaya a hacer
gárgaras con toda esa historia. Si alguna vez no puede contenerse y se enfada
con él, lo único que le dice es que se deje ya de comedias y que no se burle de
ella. Y, como te puedes imaginar, esto hace que el tipo se pique, aún más, con
los malditos complejos de la chica y se desespere, al no conseguir romper
aquella barrera absurda, que lo separa de la felicidad.
- No sigas, tío – me interrumpió
Jarry -, no puedo más. ¡Me estás destrozando los nervios con ese par de gilipollas! ¿Cómo se puede ser tan idiota? – Estaba furioso, de nuevo.
- ¡Eh, no te cabrees, otra vez, que
no es más que un cuento!
- Mira, sabes que no puedo soportar
a la gente que no es clara. Simplemente eso. A mi me gusta que me vengan
siempre de frente, con la verdad por delante.
Le expliqué a Jarry que los chicos
de mi cuento, no es que fueran mala gente, sino que, simplemente, las
circunstancias de la vida habían hecho, de ellos, dos seres especiales y que si
se enrollaban mal, no era por culpa suya, sino por que eran así y no podían
remediarlo. Pareció estar de acuerdo, pero añadió:
- De todas formas, no me negarás que
acabas de parir dos seres bastante tontos.
- Es cierto – reconocí -, pero en la
vida real también los hay.
Permanecimos en silencio algunos
minutos, pero en seguida, Jarry se sintió intrigado.
- ¿Cómo sigue?
- Fue pasando el tiempo. X se
acaramelaba con la chica, intentando no pasarse, aunque no siempre lo lograba.
Y ella aguantaba estoicamente el chaparrón diario. Pero llegó el momento en que
X no pudo más y le propuso nuevamente que lo intentaran, al menos por un
tiempo.
- ¡Joder, qué persistente, el tío!
Yo creo que, después de aguantar tanto tiempo al pie del cañón, se merecería
que tú, que eres su dios y hacedor, le dieras una oportunidad y no tanto puteo
– sugirió Jarry.
- Si, eso estaría bien – reconocí -
pero te olvidas de que la chica no lo puede asimilar. Resulta totalmente
imposible para ella cualquier tipo de relación íntima con X.
- ¡Mierda! – protestó - ¡Tampoco es
para tanto! Hemos quedado en que el tipo no era mala persona y que, aparte de
esa historia, se solía enrollar bien por lo general. Así, que la tía podía
hacer un sacrificio, digo yo, y olvidarse de la cara de culo del tío. Porque,
al fin y al cabo, lo quería ¿no?
- Si, pero no en el sentido
emocional – aclaré -, sino a un nivel puramente amistoso. Además, puede haber
alguna razón más profunda que obligue a la chica a portarse así, algo que esté
escondido en lo más profundo de su persona y que nadie haya podido descubrir
aún.
- ¿Por ejemplo?
- Pues, por ejemplo, si pensamos en
que, no solo no le atrae una relación con X, sino que, parece que rehúsa la
relación íntima con cualquier tío, eso podría estar motivado por alguna experiencia anterior, posiblemente de la infancia, de la que saliera
traumatizada.
- ¡Ah, mira, eso es otra cosa! A lo
mejor es cierto que está enferma…
- No sería una enfermedad, sería un
trauma. El tiempo va pasando y las cosas adquieren matices insospechados de una
tirantez que llega a rozar a veces con la crueldad mental. Hasta que un día
explota todo y la tía se va. Entonces, X se queda muy tirado. Al cabo de un
tiempo, en una charla con el hippy y su mujer, X reacciona de pronto, como si
se despertase de un mal sueño, y ve claramente todo el daño que había estado
haciendo a la tía. Pero ya es demasiado tarde para remediarlo y, martirizado
por el sentimiento de culpa, decide suicidarse. Y así termina la historia.
Jarry estaba mirándome con la boca
abierta. Era evidente que el final no le había gustado en absoluto y así me lo
dio a entender.
- ¡Coño, tío! ¡Te has enrollado muy
mal con esos pobres chicos! Les podías haber buscado un final más feliz… No se…
No digo que se casaran, pero… ¡Joder, la hostia! ¡El suicidio…!
No contesté a esta última
observación. Me levanté, fui a la cocina y preparé café. Jarry siguió pensando,
en su sillón, con aire insatisfecho. De pronto, pregunto:
-¿Dónde viven, en la ciudad o en el
campo?
- En la ciudad.
Se levantó de un salto del sillón y
vino corriendo a la cocina con la cara iluminada y radiante de felicidad. Como
si hubiera encontrado la solución a sus preocupaciones.
- ¡Claro, tronco! Por eso se
enrollan tan mal. – dijo - Lo que deberías hacer es perdonarle la vida al
coleguita X y, un par de páginas atrás, empaquetarlos y mandarlos a vivir al
campo. Allí todo cambiaría. No te puedes imaginar, lo que nos jode la vida
vivir en la ciudad.
No me pareció mala idea y le dije
que estudiaría seriamente esa posibilidad. Nos tomamos un par de carajillos de
ron, cada uno y estuvimos hablando de los libros, discos y películas que
habíamos comprado últimamente, para terminar maldiciendo de nuevo a la vieja
zorra del autobús.
A las ocho de la tarde, Jarry se
levantó para marcharse. Le acompañé hasta la puerta del ascensor. Antes de que
la puerta se cerrara, me volvió a recordar lo del viaje al campo.
- No seas mierda, tío. Hazles un
favor, criaturillas…
Asentí con la cabeza. Jarry apretó el botón y
desapareció tras la puerta del ascensor. Yo regresé a la mesa, recogí las
cuartillas del cuento, las enganché con un clip y busqué la última página.
Escribí FIN, bajo el último párrafo, al tiempo que las lágrimas no pudieron ser
contenidas por más tiempo y comenzaron a bañar mis ojos.
- ¿Soy un cabrón como dios? o ¿Soy
un cabrón, como Dios…? No sé…
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