martes, 17 de julio de 2018

Esto no tiene nombre (1979)




Esto no tiene nombre

No puede ser, están llegando demasiado lejos, hay que acabar con esta situación tan absurda. Lo que, en un principio, pudo ser una casualidad o un simple incidente, ha alcanzado hoy cotas exageradas. ¡Nos hemos acostumbrado!
Y no podemos seguir, ni un día más, participando como androides en este juego macabro. Nuestras vidas, la vida de un solo hombre, vale más que nada en este mundo, más que todas esas malditas fábricas, esos infiernos de cemento donde cada día, en una especie de ciego ritual, dejamos un poco de nuestra vida, un poco de nuestras esperanzas y lo que es más triste, un poco de nuestra humanidad.
Muchas veces, sentados ante nuestras mesas, frente al televisor o en el asiento del autobús, hemos cerrado los ojos y por nuestra mente ha pasado la idea de un mundo justo, algo por lo que sentir la necesidad de trabajar, un mundo donde cada uno de nuestros movimientos fuera provechoso, donde no tener que sentirse culpable por haber dado a luz unos hijos. Cuantas veces hemos pensado que, si toda esta mierda funcionara como es debido, como cada uno de nosotros sabe que debiera de funcionar, podríamos llegar a casa con la conciencia tranquila y sentarnos a conversar con nuestra gente sin sentir que el alma se nos encoge, porque lo que estamos haciendo, es tan malo, que no sabemos cuánto tiempo más podrá durar.
¿Cómo podemos estar orgullosos de nuestra inteligencia? ¿De qué nos sirve nuestra inteligencia y en qué la vamos a emplear? Si lo estamos destrozando todo, si ya no queda un trozo de mundo que no hayamos adulterado. ¿Cómo podemos sentirnos superiores a los animales? Si les hemos robado su tierra, la tierra que nos pertenece a todos, a cada uno de los seres vivos que la pueblan y se la hemos convertido en mierda, si los hemos acechado, perseguido, acosado, acorralado, acometido, atacado, agredido, humillado, sometido, reducido, domesticado, adaptado, encarcelado, diseccionado, estudiado, experimentado y exterminado, sin el menor remordimiento. ¿De qué nos sirve llamarnos “reyes de la creación”, si lentamente estamos acabando con ella?
¿Hasta cuándo va a poder seguir adelante todo esto? ¿Cuántos de nosotros estamos satisfechos con la marcha que lleva? ¿Es esto lo que siempre hemos deseado?

oOo

Ayer, no hace mucho tiempo, éramos animales, caminábamos, aún, a cuatro patas y no creo que nos importara demasiado la hora del día en que nos echábamos a dormir o el tiempo que tardábamos en llegar de un árbol a otro o de una llanura a la vecina. Vagábamos por la tierra, virgen aún, a nuestro antojo, pues no teníamos nada más importante que hacer.
Un día, uno de esos bichos raros, nuestros enemigos naturales, nos pega un susto tremendo, casi nos atrapa, y nuestra inteligencia comienza a trabajar. Nos pusimos a dos patas para poder estar alerta, aunque a mi me da la impresión de que fue tan solo un impulso intuitivo, de todas formas, seguimos caminando erguidos, por las llanuras, en busca de nuestro alimento. Seguramente, ni nos dimos cuenta de que pensábamos, simplemente seguíamos haciendo lo que necesitábamos hacer.
Aquella época fue una buena época para nosotros, descubrimos muchas cosas, en realidad, todo estaba por descubrir y nos sentíamos felices, a nuestra manera, de ser como éramos. Sentamos raíces y dispusimos todo de acuerdo a nuestras necesidades, vivíamos en pequeños grupos donde se agrupaban varias familias.
Pero un día, el más bruto de todos pega un grito muy gordo y ve que nos asustamos. Se queda extrañado, todos nos sentimos extrañados. Y, acercándose un poco más, lanza otro alarido y algo nos dice que no todo funciona como ha de funcionar, que a ese tipo le pasa algo y nos apresuramos a juntarnos con nuestras familias para proteger a los pequeños.
Entonces, el bruto se acerca a uno de nosotros y le gruñe y el otro ya no corre más, al contrario, cuando ve a su familia en peligro, también gruñe y enseña los dientes al agresor y ambos se enzarzan en una encarnizada lucha, mientras todos corremos asustados a refugiarnos, pues nunca habíamos visto luchar dos hombres entre si.
El final, como es de esperar, da un vencedor y, para desgracia de todos nosotros, resulta ser el bruto. Entonces, nos damos cuenta de que, hasta que él muera o se vaya de allí, tendremos que procurar no contradecirle. Pero algunos no pueden esperar a que muera y se enfrentan con él, hasta que, con el tiempo, llega uno más joven, que consigue matarlo. Y, cuál será nuestra sorpresa, al descubrir que no había acabado, aquí, la pesadilla, sino, por el contrario, lo único que había hecho, era rejuvenecerse.
Y así empieza nuestro martirio, día a día, a medida que pasa el tiempo, la ley del más fuerte se convierte en ley de vida y costumbre de toda la especie y ya no le damos importancia. Lo que, un día, fue violencia e insumisión involuntaria, era algo lógico, una costumbre. Todos, en algún momento, lo llegamos a intentar, pero también nos cansaba un poco tanta violencia, pues no habíamos dejado de evolucionar y estábamos empezando a entendernos. Entonces, decidimos que ya no se lucharía por el puesto de jefe, que seríamos todos quienes lo nombráramos y cogimos al bruto de turno y lo desterramos. Y, en su lugar, pusimos al más inteligente, con la misión de ser consultor en los asuntos de la comunidad.
Primer gran error: convertir la dependencia en necesidad. Es, en ese preciso instante, cuando comienza uno de los más grandes males de nuestra historia, porque, con el tiempo, fueron cambiando nuestros jefes y alguna vez, nos equivocamos al elegir, porque algunos de aquellos tipos utilizaron su influencia para beneficio propio, incluso en detrimento de la comunidad y llegaron a jugar con su posición privilegiada, para mantenerse mucho tiempo en ella y seguir beneficiándose a costa de los demás.
Y, cuando quisimos darnos cuenta y quisimos tomar medidas al respecto, ya era demasiado tarde, porque el individuo que ostentaba el cargo de jefe se había ocupado de engatusar y comprar a un puñado de imbéciles, que estaban dispuestos a dejar el pellejo por protegerle. Y estaban armados. Nos dimos cuenta, entonces, de que habíamos vuelto al principio, un nuevo bruto se había hecho con el poder y, esta vez, estaba mucho más protegido, cada vez, más.
Así pasó largo tiempo, pero el bruto, los sucesivos brutos, nos vieron crecer y empezaron a no dormir tranquilos por las noches, porque les atormentaba la idea de que la historia se volviera a repetir y utilizáramos, una vez más, nuestra fuerza numérica para desterrarle. Y volvió a la antigua estrategia, que alguno de sus abuelos utilizara, en tiempos remotos.
Nos volvió a engañar, nos convenció, otra vez, de que, en realidad, éramos nosotros quienes mandábamos y compró nuestra buena fe, a cambio de devolvernos algunas de las muchas cosas que, anteriormente, nos había robado por la fuerza. Y así, como si se tratase de grandes concesiones, nos arrojó, como limosna, nuestra libertad, nuestro derecho a la vida. Y volvimos a picar en el anzuelo.
Así, hasta nuestros días, en que nos atosigan por las calles y en nuestras propias casas, ofreciéndonos nuevas concesiones, zonas verdes, una atmósfera sin contaminar, educación para nuestros hijos a cambio de un voto. Nosotros sabemos que todo eso no nos lo ha de regalar nadie, porque es nuestro y sabemos que ninguno de ellos va a hacer nada, pero, cada cuatro años, le regalamos nuestros votos a alguno de ellos, con la esperanza de que éste no nos defraude o, simplemente, con la resignación de no querer soportar otro bruto.
Segundo gran error: seguir la comedia y potenciarla con nuestra colaboración. Pero volvamos atrás, cuando, por primera vez, expulsamos al bruto de nuestra comunidad, nos vimos en la necesidad de estar alerta por si se le ocurría volver y cerramos, cada vez más herméticamente, nuestras fronteras.
Pasado un tiempo, el bruto se encontró con algunos nómadas y les habló de nuestras ovejas y de nuestros granos. Y, un mal día, se presentaron en nuestro poblado con la intención de abastecer sus necesidades. No estoy muy seguro de lo que ocurrió, pero tan solo pudieron suceder dos cosas: o bien, no solo se conformaron con satisfacer sus necesidades y lo quisieron tomar todo, o bien, nosotros no quisimos darles nada de lo que habíamos conseguido con nuestro trabajo, la cuestión es que fueron expulsados de nuestros dominios y, a partir de ese momento, todo perteneció a alguien.
Tercer gran error: la creación de la propiedad privada. Como es lógico, la cosa no acabó aquí, porque los nómadas también eran hombres, como todos nosotros, y también quisieron sentar raíces, pero ya casi todo estaba repartido y acudieron a nosotros, no ya con la intención de “robarnos”, sino suplicándonos les diéramos sustento. Alguien decidió, entonces, que lo que nos habían intentado robar antes, deberían, ahora, ganárselo con su trabajo y, en lugar de compartir con ellos nuestras cosechas, les daríamos, tan solo, lo suficiente para que vivieran, a cambio de que trabajasen nuestras tierras o nos ayudasen en nuestros quehaceres.
Poco a poco, lo que comenzó siendo una simple ayuda, se convirtió en servidumbre de unos y enriquecimiento de otros y fueron formándose haciendas, cada vez más grandes y propietarios, cada vez más poderosos.
Otro gran error.

oOo

Y, así, error tras error, hemos llegado a lo que hoy se llama la gran sociedad, donde somos gobernados por individuos que ni siquiera nos conocen, lo cual no es impedimento para que nos prohíban, nos controlen, nos obliguen y nos dirijan. Y siguen tomándonos el pelo con el viejo engaño de hacernos partícipes del poder.
Una sociedad en la que hemos de trabajar, de sol a sol, para poder subsistir, mientras vemos que esos ricos hacendados son, cada vez, más ricos, donde hemos de pagar por una naranja o por una zanahoria, que crecen de la tierra, de la misma tierra que, un día, nos perteneció a todos.
Y ya, todo se ha desbordado, porque el gran mal de la humanidad es la costumbre y no podremos llegar a ninguna parte, si no la eliminamos de nuestra vida.
Porque la costumbre nos invade, nos carcome el cerebro y nos inutiliza y llegamos a entender como usuales e inevitables, situaciones tan denigrantes como la guerra, las cárceles, el hambre, la miseria, la competición, la sumisión, las muertes por residuos nucleares, por intoxicación, por negligencias ajenas e interesadas, el chabolismo, el analfabetismo, la dependencia económica y un infinito etcétera, que da vergüenza detallar.
Cada vez, somos menos humanos y nos vamos convirtiendo en estúpidos vegetales móviles, programados de mil maneras distintas, con el fin de seguir con el absurdo, hasta que todo se acabe para siempre. Pero, cuidado, porque ese para siempre no está tan lejano como parece. A esos imbéciles se les ha subido el poder a la cabeza y les viene ancho, ya no saben qué hacer con sus inventos, se están volviendo locos y la codicia los lleva a la autodestrucción, mas, inevitablemente, su destrucción será la destrucción del mundo.
El proceso ya ha comenzado, el “principio del fin” ya hace tiempo que estalló. La contaminación del aire, de las aguas y de la propia tierra, la explotación indebida de los recursos naturales, el exterminio de otras razas animales, la devastación del suelo, la adulteración de nuestros alimentos básicos, la angustia vital, no son más que amenazas, que consiguen en nosotros la vejez prematura y nos arrastra hacia la muerte y hacia el exterminio total o por lo menos, el de nuestra especie.
¿Cómo le explico yo a mis hijos, que colaboro con toda esta mierda, que trabajo para el rico y obedezco al bruto, porque no tengo valor para enfrentarlos o, peor aún, porque me he acostumbrado a hacerlo?
Y, pensándolo mejor, ¿para qué tener hijos?

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