Aquel
era un día muy especial, increíblemente especial. Se atrevería a decir, incluso,
que nunca había conocido un día así en su vida.
De la noche a la mañana todo había
acabado por completo. Y, de la más triste de las miserias, había pasado a sentir
su cuerpo rejuvenecer con una jovialidad y unas ansias de vivir que nunca antes
había sentido.
Pareciera ser como si un pequeño
duendecillo, escurridizo y juguetón hubiera estado iluminándole desde hacía un
tiempo. Sí, eso debía ser, un duendecillo misterioso que, compungido,
seguramente por la mala suerte de toda una vida de indigencia obligada, quería
cambiarla, de una vez por todas.
La verdad es que poco había faltado,
ahora, tenía su casa, su familia y todo había estado a punto de perderse,
pendiendo de un hilo durante mucho tiempo. Pero eso ya formaba parte del
pasado, hoy, por fin, podía sentirse seguro, le habían dado la condicional,
había conseguido un trabajo, no estaba asegurado, pero le servía y tenía todas
las trampas pagadas, los niños en el colegio y el estómago lleno ¿Qué más le
podía pedir a la vida? Tal vez, un puro…
-
¡Eso es, un orondo puro. Cuando termine la faena, me compro uno, no muy caro!
Con la mayor de las sonrisas, la
mejor que nunca tuvo, saludó a la portera de la comunidad. Se sentía
especialmente joven y radiante, subía las escaleras de dos en dos, como si le
hubieran inyectado energía en las venas.
Un fulgurante sol se colaba por los
cristales de las ventanas que acompañaban su marcha a lo largo del pasillo que le
conducía a la puerta de la azotea, donde le esperaba su puesto de trabajo.
Tenía que dar luz a todas las ventanas del edificio. Ese era su trabajo, limpiar
cristales, a pleno sol, respirando la brisa fresca que subía del mar. Cualquier
otro, se hubiera quejado por tener que estar trabajando todo el día al sol,
pero a él le gustaba, se sentía cómodo, libre, sobre todo cuando tenía que
trabajar en el andamio colgante. Suspendido en el vacío se experimentaba esa
sensación de ingravidez, que casi te transportaba al espacio, ignorando el
mundo de los objetos. Tras haber pasado toda su vida en establecimientos
correccionales, por fin, empezaba a ver la vida de otra manera.
Hoy, era el cielo, lo que atraía sus
sueños. Su claridad vista desde el andamio era casi incomprensible. Tanta belleza
albergaban sus pliegues y tanta claridad irradiaban, de manera casi insinuante.
Reflejos sobre los cristales de las ventanas del hotel de enfrente, hilaban la
más perfecta de las fotografías, la composición que todo artista ha soñado
desde tiempos remotos.
De pronto, tras el reflejo de los
cristales apareció una cara aterrada, que gritaba mientras abría la ventana.
- ¡No, no lo haga! ¡No lo haga!
La mueca de su expresión cubría de
pánico todo el rostro de aquella persona. Resultaba curioso verlo allí,
regordete y pequeño, como encogido.
- ¡No sea loco! – volvió a gemir.
La verdad es que, aquel anciano parecía
realmente preocupado. Tenía la cara desencajada por la angustia, aunque la
suya, tras el susto que le acababa de dar con aquellos gritos, tampoco debía de
estar muy presentable.
- ¿Es a mi? –preguntó nuestro obrero,
tras cerciorarse de que no podía estar dirigiéndose a nadie más.
- ¡No sea loco, no debe hacer eso! –
seguía gritando.
- ¿Hacer, qué no debo hacer? Que yo
sepa no estoy haciendo nada malo…
- ¿Cómo que no? Lo estoy viendo.
Piense en su mujer y en sus hijos, si los tiene… ¿ha pensado qué va a ser de
ellos, cómo se sentirán?
- Me temo que no comprendo…
- Bueno, tal vez, no tenga mujer,
pero ¿y su madre? ¿Cómo podrá salir adelante? ¿No comprende que mucha gente
podría pagar las consecuencias?
- Creo que se equivoca…
- ¡No, no me equivoco! Sepa que, por
muy poca estima que pueda tener uno en sí mismo, siempre encontramos algo
importante, algo muy importante, para otras personas, en nosotros. Todo el
mundo ocupa un lugar importante en la vida de alguien.
- Sí, tiene razón en eso. Y sí,
tengo mujer e hijos y los quiero mucho. Yo solo voy a hacer mi trabajo, no
comprendo…
- ¿Qué es lo que no comprende?
¿Acaso, no comprende que otras personas puedan depender de usted? ¿Pero, no se
ha dado cuenta, de que la vida no es sólo lo que se vive hoy, que tal vez,
mañana se le presente la oportunidad de hacer algo realmente importante para
alguien? ¿Qué es lo que le impulsa a hacer tamaña insensatez?
Estaba aturdido. Aquel viejo creía
que se iba a suicidar o algo así. Por un momento, comenzó a sentirse incómodo
en ese día tan hermoso. Intentó serenarse, respiró hondo, y con el tono más
tranquilizador que pudo conseguir, intentó tranquilizar al viejo.
- ¡Oiga, no pensará que voy a
tirarme desde aquí…
- ¿Ah, no? Gracias. ¿Qué más dará,
que lo haga desde ahí o desde otro lugar? Lo que importa es que recapacite y no
haga tonterías…
- No, no… lo que quiero decir, es
que no voy a hacerlo… Ni desde aquí, ni desde ningún sitio…
- No trate de engañarme, sé que, en
un momento u otro, lo va a hacer.
- Pero, hombre, le estoy diciendo
que no pienso suicidarme. Todo es un malentendido. Lo que debe hacer, ahora, es
entrar en la habitación. Está, usted, muy impresionado. No debe preocuparse por
mí, nunca he sentido impulsos suicidas y le aseguro, que no creo que vaya a
tenerlos nunca, a partir de hoy. Hoy por hoy, siento demasiado apego por la
vida.
Intentó tranquilizar sus palabras
con una sonrisa condescendiente y reconfortante, pero el espontáneo del hotel
no pensaba abandonar.
- ¡No! ¡No me muevo de aquí! ¡Y
usted, no se mueva de ahí, si no quiere que llame a la policía!
- ¿A la policía? ¿Qué tiene que ver
la policía?
- Ellos impedirán que lo haga…
Aquello se estaba complicando, no
quería ver a la policía ni tener nada que ver con ningún policía más. Bastante
había pasado
- Mire, buen hombre, ya le he dicho
que no pienso tirarme, usted tiene dos opciones, creérselo o no creérselo y yo
no tengo la más mínima preocupación por saber cuál de las dos decide…
- Y yo, lo único que le digo es que,
seguiré aquí y haré todo lo posible por convencerle y que no pienso abandonar
hasta conseguirlo…
- Está bien, mañana me pasaré por
aquí, a ver cómo lo lleva…
- Como de un solo paso, llamo a la
policía…
- Haga lo que le parezca…
Empezó a recoger sus cosas para
abandonar el andamio. El viejo, sin abandonar la ventana, descolgó y marcó.
- Señorita, póngame con la policía,
es urgente…
Todo el cuerpo de nuestro hombre
sufrió una especie de descarga eléctrica que, a modo de escalofrío, le recorrió
todo el sistema nervioso en centésimas de segundo. Se agarró a la barandilla y
gritó a su captor.
- ¿Pero qué hace? ¿Está loco?
¡Cuelgue ese teléfono!
- En usted está que lo haga. Lo
único que ha de hacer, es quedarse ahí y hablar conmigo…
- Está bien, está bien, no me moveré
de aquí, cuelgue… así… bien, y ahora, ¿dígame qué quiere?
- Vaya, veo que, aún teniendo esas
intenciones tan macabras, conserva, usted, el miedo a según qué cosas…
- ¿Qué miedo, ni que…? Usted, lo que
debe hacer, es volverse a la cama, ya verá como, así se tranquiliza…
- ¿Cómo voy a tranquilizarme,
teniendo un suicida en la fachada de enfrente?
- Mire, entiéndame, de una vez, no
soy ningún suicida, soy un limpia cristales, que venía a trabajar, como cada
semana, hasta que usted apareció…
- No le creo…
- Me da igual, que me crea o no, yo
sé lo que soy y usted no me conoce de nada. Déjeme en paz, me voy, y ya está…
- Si, para que pueda hacerlo más
tarde…
- ¡Joder, no! ¡No voy a hacerlo, ni
ahora ni nunca! Si quisiera tirarme, lo haría… ¿qué me detiene aquí?
-
Yo.
-
¿Y, a usted, qué le importa? ¿Acaso un hombre no es libre de hacer lo que le
plazca con su vida?
-
Está reconociendo que su intención sí es la de acabar con su vida…
-
No le estoy reconociendo nada. Usted lo tergiversa todo…
-
Para nada. Es usted el que se está contradiciendo. A ver, ¿si no quiere
suicidarse, qué hace, ahí, subido?
-
Ya se lo he dicho y usted no se lo cree. Ya le he dicho que me voy y no pasa
nada, pero usted no me deja marchar…
-Claro,
para poder tirarse cómodamente desde cualquier otro lado, donde a nadie le
importe su vida…
- ¡Joder!... Vale, supongamos que
fuera verdad… ¿A usted qué mierda le importa? ¡Es mi vida y hago con ella lo
que me da la gana!
- Mire, joven, no diga tonterías,
usted, en estos momentos, no es consciente de lo que hace…
- ¿Qué sabe, usted, si soy o no
consciente? ¿Acaso puede saber todo cuanto ocurre en mi corazón, lo que pienso,
lo que siento? ¿Quién se cree que es? ¿Dios?
- No blasfeme, hijo. Si realmente
cree, usted, en Dios, sabrá que, eso que pretende hacer, va en contra de su
voluntad…
- Mire, hay momentos, en la vida del
hombre, en que la duda alcanza supremacía sobre la inteligencia. Entonces, para
nada sirven creencias y tabúes. La vida pierde todo valor y ya no se desea,
porque, en realidad, de nada sirve. Lo sé, porque he conocido personas que lo
hicieron…
Sin saber cómo, su estado de ánimo
había cambiado por completo, se sentía desgraciado y ya no recordaba el motivo
de su alegría anterior, si alguna vez, la había habido… Ya no estaba seguro de
nada.
- Oiga, mejor lo dejamos, no me
encuentro muy bien y me gustaría marcharme a casa…
- No se marchará, por lo menos,
mientras yo pueda estar seguro de que no hará ninguna locura.
- ¡Locuras, locuras! ¿Qué entenderá
el mundo por locura? ¿Cuál es la diferencia entre lo bueno y lo malo?... Nadie.
Nadie ha sido capaz, nunca, de descubrirlo… Pero usted no lo comprendería… Son,
tantas y tantas, las cosas que disfrazan de cordura la enajenación… Tanta gente
muere, cada día, sin desearlo… y los motivos de sus muertes son tan absurdos…
¿qué más dará una vida para nadie?... En realidad, la vida es lo único que nos
pertenece por completo, lo único de lo que podemos disponer en cualquier
momento… lo único que es más fácil de conseguir, que la libertad…
- Está equivocado, su vida no le
pertenece…
- No, ahora mismo, le pertenece a
usted, cabrón, que me tiene cogido por los huevos, y no me deja más opción que
saltar o… ¿o qué? ¿Qué alternativa tengo?
- Abandonar sus verdaderas
intenciones…
- No son mis intenciones, son las
suyas. Yo venía feliz a mi trabajo y, ahora, me encuentro preso de sus manías…
ya no sé ni lo que pienso… estoy desesperado…
- Reconocer el problema es el primer
paso. Reconocer que siente esa aberración le ayudará a disolverla. Poder llegar
a ser libre, de verdad.
- Pues, si, ahora siento ganas de
acabar con todo… de abandonar esta absurda prisión, en la que se ha convertido
mi vida…ser libre, por primera vez en toda mi vida…
- Por eso, estoy yo aquí, porque,
mientras yo esté, no lo hará…
- ¿Quién se cree, usted, que es, mi
ángel de la guarda?
- Algo así, podría decirse, un alma
limpia, que vela por su vida…
- Pues, mira, “ángel de la guarda”,
la has cagado durante toda mi vida, aunque, lo que he pasado, no puede decirse
que se pueda considerar vida. No tuve infancia, me abandonaron en una casa
cuna. No tuve adolescencia, nadie me adoptó ni me acogió y pasé, después, a un
correccional, al que le llamaban “internado” y, de ahí, a la cárcel. Miseria,
mentiras, traiciones, injusticias, desprecios, menosprecios, humillaciones,
difamaciones, mentiras y más mentiras…Ya me he cansado de creer que hay una
vida para mi, porque no la ha habido ni la habrá nunca, porque nací
“intocable”, como en la India. ¡Estoy harto de vivir! ¡Estoy harto de toda esta
pantomima! Gracias, por nada…
Y saltó.
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