Quisiera haberme sumido en un profundo sueño y por nada
del mundo, encontrarme en la situación en la que me encuentro.
Hay
algo, de lo sucedido esta tarde, que no termina de encajar en lo normal.
Seguramente, tan solo sea un pequeño detalle, pasado por alto en un descuido,
el que lograse convertir la caótica e incomprensible situación en la que me
encuentro, en una armoniosa y placentera sucesión de acontecimientos
cotidianos.
Me he despertado, esta tarde, al oír el timbre de la
puerta y al abrir, me he encontrado a Otileña sentado en la escalera, liando un
cigarrillo de marihuana. Puesto en pie, me ha entregado unos discos, que
llevaba bajo el brazo y dirigiéndose hacia adentro, ha murmurado, al pasar
junto a mi:
- Vamos a olvidarnos, por un momento, de todo lo que nos
rodea.
Nos hemos instalado cómodamente en la sala de estar,
mientras el tocadiscos hacía sonar una maravillosa música, fruto, seguramente,
de un minucioso escrutinio por parte de mi amigo.
Con aquel cigarrillo, fumado casi en silencio, hemos
llegado a alcanzar una sensación de irrealidad, tan perfecta, que a mí me
hubiera bastado para pasar una buena tarde, hablando de los miles de proyectos
que cruzan por mi cabeza. Sin embargo, antes de que se consumiera totalmente,
Otileña ha comenzado a fabricar un nuevo cigarrillo, apurando el primero, hasta
fumarse parte del cartón, que utiliza como filtro.
- Hoy todo ha de ser distinto – me ha dicho - , estoy
cansado de esta vida monótona, que no conduce a ninguna parte, quiero crear,
hacer de lo vulgar, las más bellas composiciones, quiero que la sensibilidad
penetre en el núcleo de cada una de mis células y las haga estallar de belleza
y creatividad… Y he decidido que sea, a partir de hoy.
- Es cierto – le he contestado -, sin embargo, no creo
que esta sea la mejor manera de empezar…
- No lo comprendes – me ha interrumpido – no se trata de
empezar, sino de terminar…Hoy es el día, que he escogido para acabar con todo
lo anterior. Y la mejor manera de lograrlo, es sumiéndome en la inconsciencia,
como si volviera a nacer desde ahora. Y no te pido que vengas conmigo, porque
ha de ser una decisión personal, pero sé que tú también vendrás y que, pase lo
que pase, seguirás adelante.
Perplejo ante sus palabras, me sumí en un profundo
pensamiento, según parece, en este estado de semi embriaguez, las cosas
adquieren una dimensión diferente y los problemas se observan desde un punto de
vista mucho más positivo y realista.
- Tienes razón – le dije -, yo también estoy harto de
tanta mediocridad. Cientos y cientos de veces, noches y noches enteras, he
pasado tratando de encontrar una solución y siempre me he topado con la
moraleja del árbol viejo y torcido. Tal vez, la solución esté ahí, hay que
volver a empezar. La gran diferencia estriba en todo ese cúmulo de
experiencias, que año a año, hemos ido atesorando.
De repente, me he sentido inundado de satisfacción, un
poco, tal vez, por efecto de lo fumado, pero sobre todo, porque había tomado
una decisión muy importante para mí y eso me llenaba de gozo.
El último cigarrillo de marihuana lo hemos fumado,
también en silencio. Parecía como si ambos estuviéramos muy ocupados en
nuestras cavilaciones. Yo ya había alcanzado un estado de ausencia casi total,
aunque no tan extremado, como para no poder observar , que mi amigo, en su
anhelo por aprovechar, hasta el final, el último cigarrillo, estaba fumándose,
sin darse cuenta, las yemas de sus propios dedos.
No he podido reaccionar, estaba completamente embobado,
preguntándome si se daría cuenta de lo que estaba haciendo.
- ¡Oye! - me ha dicho, de pronto, con una cara de
incredulidad tan grande, como la que yo debía tener - ¿Has visto esto? ¡Me
estoy chamuscando!
- ¡Sí, tío! ¿No te duele?
- En absoluto… Ni siquiera siento los dedos y sin
embargo, tengo perfecto control sobre ellos… Además, no te lo vas a creer, es
lo más fuerte, que he fumado en mi vida… diferente…
No he sabido qué decirle. En realidad, parecía que no
sintiera cómo, poco a poco, se le iban consumiendo los dedos, con un olor tan
profundo, que embriagaba los sentidos.
- Es absurdo – he acertado a decir - ¿Cómo es posible que
no sientas nada? No puede ser… creo que hemos abusado de la hierba…
- No lo sé, pero esto funciona.
Y con un gesto rápido y decidido, ha cogido la navaja que
había sobre la mesa y sin pensárselo, ni un momento, la ha clavado en su
pierna, arrancando, ante mis ojos atónitos, un trocito de carne, que ha
colocado sobre la mesa, lo ha picado con la navaja, cuidadosamente, como si
estuviese picando cebolla, para mezclarlo luego, con un poco de tabaco y hacer
un nuevo cigarrillo.
- Toma, enciéndelo tú – me ha dicho, al concluir su
trabajo –, va a ser la primera vez en la historia, que alguien se fume a un
amigo. – Y se ha echado a reír.
No sé por qué extraña razón, yo no sentía nada especial
con respecto a lo que estaba ocurriendo, parecía como si todo me diera igual,
incluso, llegaba a hacerme gracia aquella situación tan absurda y ambos hemos
estallado en carcajadas.
- Tío… no sé si está bien lo que estamos haciendo… - le
he dicho – creo que en estos momentos, no somos conscientes… mejor será que no
hagamos barbaridades.
Y, con avidez, casi con necesidad, he encendido el
cigarrillo que me ofrecía.
- No debes preocuparte por nada, - me ha dicho – pues,
nada de cuanto salga de nosotros, puede ser malo, pues nuestra naturaleza es
buena y nuestro cuerpo no es más que un simple instrumento de nuestro espíritu…
comienzo a verlo todo mucho más claro.
Su penetrante olor ha llenado mis pulmones y luego mi
cerebro, cristalizándome los pensamientos. Nunca antes, había sentido una
sensación tan placentera y nunca en mi vida había tenido una percepción
completa, tan llena de dimensiones. Nuestros pensamientos se conectaron y ya no
era necesario hablar para comunicarnos.
Hemos atravesado la barrera que separa la realidad de la
fantasía, los colores han emergido de todas partes y las moléculas de todo, han
comenzado a chocar entre sí, entonando armoniosas melodías.
Otileña me ha contado muchas historias, fantásticas
historias de mundos remotos, mientras su cuerpo iba desapareciendo, trozo a
trozo, entre el fulgor de la ceniza candente, primero, las piernas, luego, los
pies, el tronco, los brazos… todo a velocidad vertiginosa, en aquella orgía de
colores, olores, sentimientos, nuevos sentidos, hasta que, entrada la noche,
sentí, que tan solo quedaba sobre la mesa el cerebro, la boca y la mano derecha
de mi amigo y me estaba gustando especialmente y él, con un gesto
increíblemente simpático, me ha guiñado el ojo y me ha pedido que terminara su
trabajo.
Llorando de emoción y algo perturbado por todo cuanto
hemos hecho esta tarde, he fabricado un gran cucurucho de papel, que a modo de
alambique, he introducido en su boca, cubriendo, con el otro extremo más ancho,
el cerebro de Otileña, tras prenderle fuego.
A lo largo de nuestra aventura, me ha repetido, varias
veces, la casi obsesión, que era para él, llegar a fumarse su propio cerebro y
el significado tan profundo, que ello podía tener. Y, ahora, estaba consumiéndose
ante mis ojos, que se han cerrado impotentes, para no presenciar aquella escena
terrible, que sin embargo, encerraba algo de misticismo.
El timbre de la puerta ha sonado y todo ha desaparecido.
¡Todo había sido un sueño!
Al abrir, me he encontrado a Otileña sentado en la
escalera, liando un cigarrillo de marihuana, con unos discos bajo el brazo…
¡Uf!
¿Qué pasa? ¿Se lo cuento o espero a ver…? Me acaba de decir, al entrar:
-
Ven, vamos a olvidarnos de todo cuanto nos rodea…
Sinceramente,
quisiera haberme sumido en un profundo sueño y por nada del mundo, encontrarme
en la situación en la que me encuentro….
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