viernes, 14 de septiembre de 2018

PATRICIA o el arte de aprender a vivir Cap. 5





V



Fuimos a cenar a un pueblo cercano y alejado de la ciudad "lo suficiente, como para pasar desapercibidos", pensé, en mi elucubración monotemática, pero la verdad, es que en el restaurante al que me llevó, un lugar rústico y muy bien atendido, cenamos las mejores especialidades típicas y probamos los mejores caldos de la rivera del Duero. Todo exquisito.

           Yo me sentía "tocado" por la naturalidad con que ella me seguía hablando de trabajo, como si no se hubiese dado por enterada de mis verdaderas intenciones, que yo sabía que se me notaban.


           Tanto en el trayecto desde el hotel, como durante la cena, ella no paraba de hacer reflexiones sobre todo lo que había que remodelar en las cinco oficinas de su zona y la importancia de establecer nuevas dinámicas. Yo intenté "aparcar" el tema varias veces, pero, realmente, aquel era un viaje de trabajo, al margen de mis fantasías, así que, "aparqué" mis tonterías y continué trabajando.


Además, me tenía completamente alucinado su capacidad de organizar y sus dotes de mando. Algo habría aprendido de mi, supuse, e incluso hubo momentos en que me sentía como manso a su disposición, subalterno y estúpido, a la vez, por haberme encaprichado de un imposible y lo peor era que cuanto más inaccesible se encontraba, más atraído me sentía. 

Cuando terminamos la cena, "mi nueva jefa", como la llamé un par de veces, a modo de elogio, por sus dotes de mando, pronunció la frase que había estado esperando toda la noche: 

- Bueno, jefe, demos por terminada la jornada laboral ¿Quieres tomar algo?

- ¿Aquí?

- No, te voy a llevar a un sitio que te va a gustar.

Te voy a llevar a un sitio que te va a gustar, me había dicho y, como siempre me ha ocurrido con ella, nunca sé si me está hablando en serio o está jugando conmigo. ¿Había un brillo pícaro en sus ojos o eran mis ganas de de que así fuera? De perdidos, al río, pensé y me dejé llevar nuevamente a mi nube. Al fin y al cabo, me paso la vida enseñando que solo fracasa el que se retira.

 Entramos en una especie de sucedáneo de discoteca, mezcla de pub y bar de alterne, oscura como una gruta y nos dirigimos a la barra. Y, otra vez, todas mis expectativas se desmoronaron. La edad media de la parroquia rondaba los cincuenta años. Las miradas babosas de los mil calvos que llenaban la barra se clavaron sobre nosotros, mejor dicho, se clavaron sobre ella, sobre su culo, sobre sus pechos, la desnudaban con la mirada, se la follaban con la mirada y después me miraban a mí, de reojo, con envidia.

Las cucufatas se movían bajo las luces de colores de un escenario-pista de baile, sin ningún pudor, luciendo, sin complejos, sus rollizos cuerpos de cuarentonas, alisados y apretados por las fajas, al son de una música hortera y pachanga.

Sentí, de pronto, como si me hubieran volcado por la espalda el agua helada de la cubitera del hielo. De modo que, así era como ella me veía, como un viejo trápala en busca de echar las garras sobre un tierno bocadito, un cuarentón quemado, buscando sangre fresca para endulzar la vida.

No sabía si estaba indignado o avergonzado. O las dos cosas a la vez. Ella debió leer en mi rostro la decepción, era inevitable, ni todo el marketing del mundo me hubiera servido para disimular mi estado, y con tono jocoso y aire de inocente me pregunto:

-¿Qué, jefe, te gusta?

Nuevamente, sus ojos me desconcertaron. No sabía si era así de natural o si, por el contrario, era un bicho que jugaba con su presa antes de devorarla. Intenté disimular al máximo lo que sentía. De buena gana hubiera salido corriendo en ese mismo instante y me hubiera montado en el coche para salir huyendo de aquella situación. Me sentía ridículo, envejecido de repente y totalmente fuera de contexto. ¿Cómo se me había pasado por la cabeza que aquella chiquilla pudiera demostrar el más mínimo interés por mí? Pero si podría ser su padre. Estuve a punto de correr a los lavabos, necesitaba una tregua para poder posicionarme de nuevo, pero ¿cómo la iba a dejar allí en medio, con tanto buitre alrededor? Con toda la dignidad que me fue posible, que no era mucha, intenté esbozar una sonrisa antes de contestar. Ella miraba a un lado y a otro, como si la película no le afectase.

-No es éste precisamente el tipo de sitio que yo frecuento… Yo…

-¿No te gusta? Gente madurita, ambiente tranquilo… A mí me gusta. ¿Prefieres algo con menos marcha? Si quieres, nos tomamos una copa y nos vamos a otro sitio…

Su mirada picarona se burlaba de mí. Me sentía muy torpe. No alcanzaba a averiguar cuál era su juego. ¿Estaba coqueteando conmigo o me estaba castigando por tener la osadía de pretender algo con ella? ¿Era tan ingenua que no advertía como se la comía todo el mundo con los ojos o estaba traveseando con todos nosotros, ingenuos pardillos? Pedí dos copas. Ella tarareaba la rumba que estaba sonando y movía sus caderas, como solo ella sabe hacerlo. Yo la observaba en silencio. Aunque hubiera querido, no habría sido capaz de instrumentar palabra sin tartamudear. Cuando el camarero nos sirvió las copas, bebí la mitad de la mía de un trago.

-¿Tenías sed o es que te bebes los güisquis siempre así? –seguía jugando. Esto me envalentonó de nuevo.

- Oye, Patricia, no sé qué juego te traes, pero sabes perfectamente que este no es mi ambiente. Sé que tengo edad suficiente como para ser tu padre, pero los tiros van por otro lado… 

 - No me dejó terminar, pasando su índice por mi corbata, se mordió levemente el labio inferior con un gesto que me hace perder siempre los papeles y clavó sus ojos en los míos.

- Mmmm ¡qué excitante! Podrías ser mi padre... Pues, no pareces tan mayor. De todas formas, tiene mucho morbo ¿no crees?

Taquicardia, el corazón iba a reventarme en el pecho. Aquella presunta ingenua era una loba que estaba jugando conmigo, como si fuera un quinceañero o, lo que era peor, como si fuera un abuelete. Una pareja se acercó a la barra por detrás de Patricia y ella se acercó a mí. Estábamos pegados el uno al otro y me sentí encendido, ella no paraba de contonearse y tararear con toda naturalidad y yo tuve que sentarme en el taburete que había a mi espalda, para que no notase lo que se había despertado en mis pantalones.

-¿Estás cansado? Ahora que te iba a pedir que me sacaras a bailar…

-Mira, Patricia, no sé…

-¿Pedimos otra? A mí también me has dado sed.- volvió a interrumpirme con habilidad.

Seguía sistemáticamente su juego. Estaba claro que era un juego, porque no podía ser tan ingenua o, de lo contrario, era subnormal profunda. Con mi nueva posición al sentarme en el taburete, fue inevitable que una de mis rodillas quedara justamente entre sus piernas. No hice nada por moverla, era la prueba de fuego. Ella siguió moviéndose como si nada. Yo iba a reventar. Notaba el sudor bajando por mi frente, por mi espalda, por la palma de mis manos. Me adelante hacia su boca y volvió la cara para pedirle al camarero, que acababa de acercarse a nuestra llamada.

Ya no estaba nervioso. Estaba furioso. Aquella niñata estaba tomándome el pelo como le venía en gana. Ahora se había colado entre mis piernas y, por fuerza, tenía que estar sintiendo sobre su cadera la presión mi paquete a punto de reventar. Se volvió hacia mí, me miró un instante con la mirada vaga, como perdida en otros pensamientos y se apartó rápidamente.

-Voy al lavabo. No te vayas…

La vi alejarse por entre las mesas. Tenía el culo más bonito que había visto en mi vida y lo movía sabedora de su poderío. Era inevitable volverse, a su paso, para observarlo. Por mi parte, había recuperado el ánimo, pero me encontraba totalmente fuera de juego, aquella chiquita no era la infanta inocente que me había imaginado, sabía mucho y yo intuía que sabía mucho más de lo que yo podía imaginarme. Eso me excitaba aún más. Era una Lolita y yo quería que fuera mi Lolita. Decidí no andarme más por las ramas, si dejaba que ella siguiese dirigiendo el juego, estaba perdido, así que debía pasar a la acción inmediatamente. Cuando volvió del lavabo, estaba más seria.

- Creo que he bebido demasiado -dijo- nos tomamos esta copa y nos vamos.

- ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

- No, pero no me gusta perder el control. Y he bebido demasiado.

- Pero, tampoco, creo que sea para ponerse tan seria. Digo yo…

Rompió a reír y con la cara más dulce de su repertorio, me dio un beso en los labios.

- ¡Claro que no, tonto! No me pasa nada. Pero he bebido demasiado y me quiero marchar. Además, mañana me espera un día muy duro. Tengo que hacer oficial mi nombramiento. Soy una mujer con responsabilidades. Así, que tendré que acostarme temprano para estar fresca. Y sin resaca…

¡Maldita sea! ¡Otra vez me había descolocado! La puñetera, bien por azar, bien por instinto, dominaba constantemente la situación. Sin acabar de tomarnos la copa, pagué y sugerí que nos marcháramos. Una vez fuera del local volvió a preguntarme entre risas que qué me había parecido, le pasé la mano por encima del hombro y le dije que era lo más parecido al Parque Jurásico de Spieldberg que había conocido y que al volver a la Central daría un informe negativo de ella por haber intentado torturarme.

- Primero intentas llevarme al huerto y casi lo consigues y ahora, esto… No sé, no sé, pequeña, pero tu meteórica carrera, es posible que haya acabado aquí mismo.

¡Qué cerdo! No había podido resistirlo. Aunque fuera en broma, acababa de rozar la fórmula de la extorsión o, al menos, eso sentí. No volví a hacer ni mención, si no quería estar conmigo por mí, no quería que estuviese por mis chantajes. Creo que incluso llegué a ruborizarme y no volví a abrir la boca hasta que estuvimos dentro del coche.

- Bueno, ¿dónde vamos ahora? –pregunté.

- ¿Te importa llevarme a casa? Estoy muy cansada y no puedo seguir bebiendo.

- ¿No vamos a tomarnos la última copa en el hotel?

- Se va a hacer muy tarde entre que vamos y vuelvo a mi casa y mañana tengo muchas cosas que organizar…

- No hay problema, me has reservado una preciosa habitación doble. Duermes conmigo…

Eso es, chaval, de perdidos al río, total, era la última oportunidad que tenía y no quería darle más coba al asunto. Estaba seguro de su respuesta evasiva, pero, al menos, lo habría intentado. No podía volverme a casa sin la seguridad de que había hecho todo lo posible para estar con ella. Era lo mínimo, me lo debía a mí mismo, después de haber estado durante tanto tiempo comiéndome el coco y si le sentaba mal, mala suerte. Puse en marcha el coche mientras esperaba su respuesta y cuando habló, casi me estrello contra una valla.

- No, quedarme a pasar la noche, no puedo. Si mi madre se levanta mañana y no estoy en mi cama, le da un patatús. Y beber más, no, ¿vale?

Los latidos de mi corazón se aceleraron como nunca me había ocurrido, retumbaban detrás de mis orejas y me daba la sensación de que hasta ella podía oírlos.

- Vale, no más bebida y no te quedas a dormir. Luego te llevo a casa.

- ¿Vas a hacer eso?

- ¡Por supuesto!

Haría eso y llevarla a la Luna, si fuera necesario. No sabía cuánto estaba dispuesto a hacer por pasar unas horas con ella en la intimidad. Daría media vida.

- Bueno, entonces, vamos. De todas formas, iba a tener que acompañarte. Con lo apartado que está el hotel y sabiendo como te orientas, seguro que ibas a estar toda la noche dando vueltas por la ciudad sin encontrarlo.

No sé que cara puso al asentir. No podía mirarla. Mis ojos se empañaron de emoción y no quería que lo notase. Intenté disimular con una respuesta graciosa, que casi me traiciona.

- No te quepa la menor duda. Aparecería mañana sentado en un bordillo y llorando, como un niño perdido en unos grandes almacenes. Pero, ahora me voy a fijar o vamos a tener que estar toda la noche del hotel a tu casa, de tu casa al hotel...

- ¡Que tonto eres! Siempre me haces reír en las situaciones más serias y esta es bastante seria. Eres mi jefe y no sé si hago bien en…

- ¡Oye, oye, oye! No me hables de trabajo. Son las tantas y no estoy de servicio y espero que tú tampoco. ¿Con quién estás ahora, con Don Rodrigo o con Rodrigo? – volvía a estar recuperado, tras la concesión y hasta me atrevía a jugarme la respuesta.

- ¿Por quien me tomas? ¡Jamás me acostaría con nadie por asuntos de trabajo!

No sé por qué, le di las gracias y tomando su mano, la acerqué a mis labios y la besé con suavidad. Ella se arrebujó en el asiento y dejó caer su cabeza sobre mi hombro. No hubo más palabras, la música de mi banda sonora particular nos acompañó a destino.

Cerré la puerta de la habitación. Ella inspeccionó el baño, los armarios, el mueble bar, las camas, como una profesional de las relaciones públicas. 

-¿Te gusta la habitación? –preguntó y sin esperar respuesta, continuó- Está muy bien. Me tenía preocupada porque nunca he estado en este hotel y no sabía si te iba a gustar.

La cogí por el brazo y la volví hacia mí. Parecía como si intentara disimular la situación, como si realmente hubiera subido a dar el visto bueno a la estancia y se dispusiera a marchar, una vez cumplida la misión de dejarme instalado.

-Si tú estás conmigo, hasta el cuartucho de una mísera pensión me parecería una suit real.

Tomé su rostro entre mis manos abiertas, ella bajó la mirada, sus largas pestañas acariciaron sus pómulos, me parecía la criatura más bella que jamas estuvo tan cerca de mí. Comencé a besarle en los labios, en los ojos, en la cara, suavemente, lentamente, no había ninguna prisa, necesitaba vivir ese momento, recrearme en él, convencerme de que era verdad, de que mis fantasías de los últimos seis meses se estaban convirtiendo en realidad. Comencé a desabrocharle la camisa lentamente, sin dejar de besarla ni un instante su cuello, sus pechos, ella seguía con los ojos cerrados, dejándose hacer, su respiración producía un suave ronroneo, como el de una gatita y yo estaba excitado como no recordaba haberlo estado nunca.

De pronto, sus manos bajaron por mi cintura y comenzaron a desabrochar mis pantalones, abrió los ojos y algo había cambiado en ellos. Su mirada dulce y tímida de gatita, se había tornado poderosa e incisiva como la de una pantera y me miraba fijamente, como queriendo asustarme. Me empujó hacia la cama y me hizo caer sobre ella, sin dejar de mirarme fijamente me despojó de la ropa y mi calzado y comenzó a lamer mis pies lentamente mientras terminaba de desnudarse.

Su lengua avanzaba lentamente por mis piernas y ahora era yo quien se dejaba hacer, estupefacto por la metamorfosis que estaba presenciando. Su rostro angelical se había convertido, su mirada felina amenazaba con devorarme, sus movimientos ágiles y lentos se apoderaban de mi cuerpo con la elegancia de una fiera de presa al acecho.  No dejaba de mirarme mientras recorría con su lengua cada centímetro de mis ingles y jugueteaba con mi sexo dentro de su boca.

Estaba sorprendido, casi asustado, aquella dulce criatura de la que había estado prendado, a la que había idealizado hasta extremos de devoción, aquel ser inocente que había jugado a despistar, cuando le había hecho propuestas, se había convertido en una adulta experimentada, que me miraba a los ojos, con los pelos cayendo sobre su rostro y mientras chupaba mi sexo, entornaba los suyos y me miraba con cara de golfa. Un estremecimiento me embargó todo el cuerpo, bajé mis manos para estrechar su cabeza y se zafó de ellas violentamente mientras me seguía mirando retadora. 

Nunca, en mi vida, había sido tratado así. Estaba teniendo uno de los mejores momentos de mi vida y me sentía como drogado de placer y satisfacción. 




...

No hay comentarios:

Publicar un comentario